Salute. |NC|

Disparos. Bombas. Gritos. Sangre. Todo es un caos. La gente corre de un lado a otro o se incorpora a la batalla, en la que los combatientes son hombres y mujeres. Me encuentro en medio de la plaza, dirigiéndome hacia el lugar secreto en el que he quedado con Zayn cuando se desata la locura; el humo impregna mis pulmones y el sonido de disparos provoca que el pánico crezca en mi interior. Comienzo a correr hacia él en cuanto lo veo, mirando hacia todas partes, pasándose las manos por el pelo desesperado, buscándome con la mirada y gritando mi nombre. Cuando nuestros ojos se encuentran corre hacia mí y, cuando nos separan unos metros noto unas manos fuertes tirándome del pelo hacia detrás; chillo de dolor y el soldado eleva el brazo, dejándome ver su arma: una enorme navaja.

—¡Suéltala, hijo de puta! —El bramido de Zayn es autoritario y está lleno de determinación, aunque puedo escuchar el terror en su voz por lo que pueda pasarme. Le asesta un potente puñetazo en el estómago al soldado y, cuando éste se dobla de dolor, impacta una rodilla en su cara. El soldado cae al suelo, inconsciente. —¿¡Estás bien!? —Las lágrimas caen por mis mejillas mientras sollozo de puro terror; le miro mientras él posa sus manos a ambos lados de mi cara y me da un suave beso rápido en los labios. —Vamos a salir de aquí, pequeña. —Zayn sostiene fuertemente mi mano mientras se abre paso entre los disparos, manteniéndome cerca de él y haciéndome de escudo humano en ese mar de gente... hasta que suelta un grito desgarrador.


Me despierto de golpe, cubierta de sudor y respirando agitadamente; incorporándome, me siento en la cama mientras intento tranquilizarme y bebo agua de la botella de mi mesita de noche. La habitación está completamente oscura y en silencio; lo único que se escucha es mi agitada respiración  y el latido de mi corazón. Intento tranquilizarme, haciéndome una bola entre las sábanas. Llevo soñando con el día en el que Zayn y yo nos separamos desde que pasó. Sólo han pasado unos días, pero para mí son siglos. Empezamos a salir sólo una semana antes de que estallara la guerra, y fue la mejor de mi vida; debido a la tensión creciente de la preguerra hemos tenido que vernos a escondidas, pero eso no ha impedido que nuestros sentimientos cambien.

Salgo de la cama y abro la ventana. Cierro los ojos al notar una fresca brisa acariciar mi rostro y suspiro; los pájaros entonan una canción alegre, optimista y graciosa, y sonrío sin ganas. Es irónico que el mundo y la vida continúen para muchos, mientras para unos pocos -como yo- todo esté detenido, congelado... desprovisto de color. Mientras para la inmensa mayoría de mujeres esta situación es la mejor, para mi implica separarme de una parte de mi. No es justo.

Hace un par de días que no sé nada de Zayn, y mi preocupación aumenta conforme pasa el tiempo: necesito saber si está bien, si se ha recuperado de la herida de bala del brazo que sufrió mientras intentaba protegerme al escapar. ¿Y si sigue herido? ¿Y si está enfermo? ¿Y si está sufriendo? ¿Y si me ha olvidado, llegando a la conclusión de que es absurdo seguir con lo nuestro en una situación así? ¿Y si se ha dado cuenta de que no siente nada por mi, que solo he sido un capricho? Aparto esos pensamientos de mi mente. También me preocupa mi hermano pequeño, Tyler, con sus dos años de edad. Al no tener padres, mi hermano y mi novio son lo único que tengo; ahora estoy separada de ellos y, probablemente, sin vuelta atrás.

Siempre me ha parecido estúpido este odio entre sexos... aunque puede ser que haya cambiado de opinión al empezar a salir con Zayn. Antes, él era lo que se dice un mujeriego: coqueteaba con todas las chicas, tenía rollos de una noche y se sentía orgulloso por ello -cosa que me sacaba de quicio. Nos peleábamos día sí y día también -aunque aún lo hacemos- pero, cuando empezamos a salir, me mostró su lado más dulce, protector y romántico. Puede que los hombres sean unos imbéciles, pero no todos son así.

Cuando escucho ruido en la habitación de mi compañera de piso, Megan, me voy a la ducha; me aseo, me maquillo, me arreglo el pelo, dejándolo caer en ondas pelirrojas hasta mi cintura, y me pongo una falda de tubo negra -a juego con los tacones, altos- y una camisa de tirantas finas blanca que deja a la vista mi espalda. Desayuno e intercambio varias palabras con Megan, y salgo rumbo a la universidad; mi compañera de piso y yo tenemos una relación un tanto formal. En la calle hay carteles, pinturas y distintas decoraciones adornándola, todas extremadamente feministas; veo a algunas mujeres haciendo deporte al pasar al lado de un parque, y a otras tantas patrullando con su uniforme militar.

Cuando paso junto a la plaza decido pasar por nuestro lugar secreto para sentirle más cerca, como hago cada día: se trata de la planta baja de un edificio abandonado, cerca de la plaza, en la que echamos los muebles a un lado (apilándolos en una esquina) y convertimos las paredes y el suelo en obras de arte, ya que a ambos nos apasiona dibujar. Al entrar cierro la puerta con cuidado y paseo la vista por los diversos colores, entremezclados entre sí para formar figuras, rostros, flores...

De pronto noto un dedo surcar mi columna vertebral, visible gracias a la abertura de mi camisa, y mis vellos se ponen de punta; pero creo que tiene más que ver con la persona que por el gesto. Cierro los ojos cuando noto su aliento contra mi mejilla y, mientras sus dedos siguen realizando formas sobre mi piel desnuda, su otra mano me abraza desde detrás, posándose en mi estómago. Apoyo mi espalda contra su amplio pecho y dejo escapar un suspiro. Nos pasamos así unos segundos, hasta que no puedo más y me doy la vuelta, abrazándole fuertemente y enterrando mi cara en su cuello. Él me estrecha entre sus brazos y me besa la frente mientras intenta, de algún modo, aplacar mis sollozos.

—¿Q-qué haces aquí? H-he estado t-tan p-preocupada...  —Los sollozos me impiden hablar. Zayn me limpia las lágrimas con sus pulgares y me mira profundamente, al tiempo que apoya su frente en la mía; cuando me mira así siento que puede verme el alma, por muy absurdo que parezca. Cuando me tranquilizo une sus labios con los míos en un beso exigente mientras sostiene mi nuca con una mano y posa la otra en la parte baja de mi cintura, acercándome todo lo posible a él. Yo le devuelvo el beso, siguiendo su ritmo -ambos con los ojos cerrados-, y apoyo las manos en su cara y en su hombro; pero él sisea de dolor y hace una mueca. Le miro temerosa y preocupada. —¿Cómo estás? ¿No te h.... ?

—Estoy bien, enana. Sólo me estoy recuperando; aún tengo el hombro vendado, pero pronto estaré bien. —Su grave y profunda voz me interrumpe, sabiendo lo nerviosa que me pongo respecto a su bienestar, enviándome oleadas de tranquilidad al volver a escucharla. —No te preocupes, ¿vale? —Me besa rápidamente en los labios, como si no pudiese dejar de hacerlo. —Te he echado tanto de menos...

—Y yo a ti, Zayn. Cada minuto. Aunque creía que me habías olvidado... No deberías estar aquí, ¿y si te atrapan?

—Escúchame, Noelle. —Cuando me llama por mi nombre, sé que habla mortalmente en serio. Me mira a los ojos, con la determinación reflejada en ellos. —Jamás podría olvidarte, ¿me escuchas? Nunca. No voy a dejarte, no voy a renunciar a ti sólo por esta puta guerra. Me la suda lo que piense el resto del mundo. Te quiero. No puedo vivir sin ti. ¿Después de todo lo que hemos pasado para estar juntos, todas las peleas y los celos, vas a preocuparte por esta estúpida guerra? Me da igual si me atrapan, pienso venir aquí cada vez que pueda para estar contigo; de hecho, estaba a punto de avisarte, hasta que te he visto.

Tras su discurso se hace el silencio. Ambos nos miramos, y las palabras sobran: Zayn tiene razón, hemos trabajado mucho para estar juntos y no podemos rendirnos ahora. Me siento estúpida; retrasé el comienzo de nuestra relación debido a mis inseguridades, porque cuando me confesó sus sentimientos no podía creer lo que decía: pensé que un chico como él nunca se iba a fijar en alguien como yo. Pero me equivocaba, como me equivoco ahora. Tengo que ser fuerte, tenemos que serlo.

—Tienes razón, lo siento. Pero no puedes arriesgarte de este modo, estás en el centro de la zona norte. Si te ven, t-te matarán. —Una pequeña sonrisa ladeada y arrogante se le escapa mientras me mira, y vuelvo a ver a aquel chico apoyado en su moto fumándose un cigarrillo.

—Acabo de decírtelo, pequeña: voy a hacer todo lo que pueda para estar contigo. Además, sabes que me encanta el riesgo.  —Me guiña el ojo y no puedo evitar soltar una risita, al tiempo que le golpeo el estómago suavemente.

—Por cierto, ¿cómo está Tyler? ¿Pregunta por mí? —Imagino lo que debe de ser para un niño tan pequeño estar entre hombres que solo piensan en matar y burlarse de las mujeres... como yo, su hermana.

—Todo el rato, aunque ahora el que le cuenta los cuentos soy yo. —Me pone un mechón pelirrojo de pelo tras la oreja mientras ríe. Cómo he echado de menos su tacto, su voz, su mirada... —Te prometí que lo encontraría, y ahora yo cuido de él; no tienes de qué preocuparte, enana. —Pasamos unos minutos hablando y besándonos, recupernado el tiempo perdido; pero él mira el reloj y hace una mueca de disgusto. —Odio decirlo, pero tengo que irme. Ya te has perdido la primera clase y pueden meter a Danny en algún lío si tardo más. Debemos ser cuidadosos si no queremos que nos descubran, y tampoco quiero que él se vea perjudicado por cubrirme.

—De acuerdo. —Contesto tras un suspiro. —Prométeme que tendrás cuidado, ¿vale? Y cuida a Tyler. —Ambos nos dirigimos a la puerta y él mira hacia fuera, vigilando por si hay alguien.

—Me... ¿Me prometes que me vas a esperar? —Me mira y me sostiene las manos entre las suyas -grandes, masculinas y fuertes- mientras acaricia el dorso de las mías con el dedo pulgar.

—Siempre. Te quiero Zayn. —Me pongo de puntillas y le beso suave, dulce y lentamente; ni con tacones estamos a la misma altura, y eso es algo que a él siempre le ha encantado. Zayn abre la puerta y me mira una última vez.

—Por cierto, estas preciosa. —Con una última sonrisa y un guiño, el chico que más quiero en el mundo camina calle abajo, con la capucha de su sudadera negra sobre su cabeza y las manos en los bolsillos de los vaqueros del mismo color, con esos andares que reconocería en cualquier parte.

Tras esperar un par de minutos para no levantar sospechas cierro la puerta y camino hasta la Universidad; a segunda y tercera hora tengo arte. Entro en clase junto a las demás y me coloco la bata reglamentaria, sacando mis pinceles y pinturas, y lo preparo todo para su uso. La profesora entra y explica que el tema a tratar hoy es el color marrón, en todas sus tonalidades; debemos hacer un retrato usando ese color, pintar lo que se nos venga a la mente al escuchar esa palabra. Instintivamente cojo los pinceles y comienzo mi trabajo, con trazos seguros y firmes, totalmente concentrada, dejándome llevar por ese sentimiento que me embarga cada vez que tengo un lienzo en blanco en el que debo plasmar algo. Al ser la mejor de la clase -y del curso-, la profesora simplemente se pasea entre las demás, pero se detiene a admirar la elaboración de mi trabajo más tiempo del normal.

Al finalizar la hora la profesora dice su típica frase de "pinceles abajo", y todas paramos tras darle los últimos retoques a la pintura. Me despejo la cara con el dorso de la mano, ya que algunos mechones pelirrojos se han pegado a mi sien mientras trabajaba, y miro al rededor; la de mi izquierda ha dibujado un caballo galopando, y la de mi derecha un bosque. La profesora se detiene frente a mi lienzo, dejándolo para el final, y sonríe satisfecha. Unos ojos marrones miel (enmarcados por unas gruesas y tupidas cejas y unas larguísimas pestañas) la observan desde toda la amplitud del lienzo, muy masculinos, arrogantes, misteriosos, desafiantes, protectores y, aunque sólo yo pueda verlo, llenos de amor.

—Simplemente perfecto, señorita Popplewell; como siempre. Es tremendamente expresivo, cautivador y puro; casi puedo ver el alma tras los ojos de este chico. —La profesora asiente en mi dirección, complacida. Yo sonrío, satisfecha y alagada. Odio ser el centro de atención, pero a todos nos gusta ser alabados por un buen trabajo.

—¿Puedo quedarme con él, profesora? —Le pregunto educadamente mientras suena el timbre y todas a mi alrededor van recogiendo sus cosas y saliendo de clase.

—Desde luego, aunque preferiría hacerle antes un par de fotos. —Responde mirando de nuevo hacia los ojos de Zayn, plasmados en el lienzo. —Y debería llevarlo a la exposición artística, junto a los demás. —Asiento, agradecida por sus palabras y por el hecho de que no haga preguntas sobre a quién pertenecen esos ojos, y recojo mis cosas en silencio. Le hago unas cuantas fotos con mi cámara profesional, prometiendo a la profesora entregárselas tan pronto como pueda, y salgo de clase con el lienzo.

Al menos, ahora podré sentirle más cerca; aunque ninguna pintura puede asemejarse completamente a sus ojos, porque no son de este mundo.