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Mensaje por JaviOfJonas Jue 03 Oct 2013, 6:02 pm

Autora: JaviOfJonas
Adaptación: No. Es completamente original.
Género: Drama, Romance.
Advertencias: Es la primera novela que hago siendo fiel a mi patria, por lo que posee modismos y garabatos en  (lo que podríamos denominar) "chilenismos" xd. Si eres chilen@, lo más seguro es que te sea más fácil comprenderla. 
Otras páginas: Ninguna.

Prólogo.
Paul Montesso. ¿Montesso? ¿Por qué no Montesco? Lo mismo me preguntaba yo una y otra vez ¿Por qué no Montesco? Pero, para ser sinceros, prefería ser Montesso. De haber obtenido el otro apellido sería el chico más vulnerable a las burlas… Ya sabes, “Romeo, Romeo ¿Dónde estás que no te veo?…” y la infinidad de líneas escritas por Shakespeare en aquella novela romántica se verían recitadas una y otra vez por los pasillos del instituto.


<<¿De verdad te parece una buena forma de iniciar una conversación?>>.


—Nirek—llamé. El chico de cabello oscuro enrulado, piel tostada e inconfundibles rasgos hindúes me observó con cautela. Le hice un gesto con lo que conseguí que se acercara a mí. Su perfumea incienso inundó mis fosas nasales como si se hubiera bañado en ellas—¿Quién es ella?—señalé a la chica sentada en una silla única, mirando con curiosidad a su alrededor. Parecía linda.


—Ah, es mi hermana.


—¿Tienes una hermana?—abrí los ojos con incredulidad. No era cercano a Nirek, pero al menos sabía las cosas básicas de su familia, o creía saberlo.


—Lo he dicho unas… MIL veces—rodeó los ojos. Mirándolo con obviedad, tanto la chica como Nirek tenían esos rasgos hindúes y esa piel tostada propia de aquella tierra. Era muy claro que eran parientes—¿Por?


—No, nada. Olvídalo—negué con el rostro y le dediqué un último vistazo a la hermana de Nirek—gracias, hermano.


Él me palmeó la espalda, sonriendo vagamente hacia mí, antes de correr a por su hermana. En el momento en el que le vi alejarse, noté que no le había preguntado por el nombre de la chica. Lo más seguro es que fuera igualmente extraño al de él. Ya saben, con esas raras formas de pronunciación y de escritura. No, no había forma de siquiera adivinarlo.
Los miré, sonriendo a mis adentros. Nirek tomó a su hermana de la mano y señaló con la otra las escaleras. Ella posó sus ojos marrones en los de su hermano, dudando de la indicación que le había dado éste, antes de asentir y partir al lugar. Desvié mi vista de ella antes de que Nirek regresara la cara a mí.


—Montesso—llamó Luis, corriendo hasta alcanzarme. Una expresión de preocupación había consumido su, comúnmente, alegre rostro. Me levanté de la cuneta del patio de un salto y esperé lo que fuera que debía anunciarme—Según Danilo nos van a desalojar en media hora.


La gota de sudor que recorrió la frente de Luis Cortés se contagió a mi piel.


—¿Te lo dijo en persona? Zalaquett dijo que no nos iba a sacar hast…


—Ya lo hizo’—negó con el rostro, preocupado. Se secó el sudor con el dorso de la mano y señaló el instituto—Vete a decirles a los de primero que se larguen. Nos quedamos los que ya saben cómo funciona ésta weá.


Asentí a él y, con el miedo de Luis contagiado a mi organismo, corrí a las puertas del instituto (que eran vigiladas por los de primer año) para decirles que se fueran. Ellos, afligidos como niños que han sido pillados en plena travesura, apenas tuvieron tiempo de tomar sus cosas antes de salir corriendo en estampida por las puertas. Entré a las primeras aulas, que eran ocupadas por los de cuarto, y les pedí ayuda para comunicar la noticia en el menor tiempo posible. En cosa de segundos, más de la mitad del instituto que se hallaba apoyando la toma estaba fuera. En unos minutos tan sólo quedaron cuarenta y un alumnos, incluyéndome.


Volví al centro del patio exterior, donde se hallaba Luis, Danilo, Cristian e Ignacio (todos compañeros de mi electivo) coordinando a los pocos alumnos restantes y que no iban a abandonar el edificio. Cristian había perdido al mayor de sus hermanos en la dictadura de Pinochet (su familia se conformaba de cuatro hermanos, en la cual él era el menor) y desde aquel terrible suceso su familia (y por consiguiente, él) había adquirido una horrible obsesión con la protección se los suyos, por lo que se encontraba anotando los nombres y Rut de cada alumno que se había negado a irse. Ignacio y un grupo del electivo matemático terminaba de ordenar el desastre dejado por el alumnado en las pocas salas que les habíamos permitido entrar y Luis corría de un lado para otro, con Danilo pisándole los talones mientras no dejaba de cacarear “van a llegar, van a llegar y cuando lleguen va a quedar la cagá, weón, la cagá”.


Miré el cielo grisáceo, contaminado e imposible de predecir si llovería o si saldría el sol y respiré algo de aire. Intenté ignorar los recuerdos súbitos de la última vez que me habían tomado preso ¿Cuántos años tenía entonces? ¿Trece, quizás? Nos soltaron en cosa de horas, pero lo sentí como si hubiera pasado años allí. Me asusté.


Sentí una mano agarrando mi hombro y que me remeció, como deseando despertarme de esos recuerdos. Abrí los ojos y miré encrespado a Nirek. Él estaba tan asustado como yo.


Weón, me tengo que ir—señaló las puertas del instituto con el rostro.


—¡Oye, no!—pedí, tomándole desde un hombro—Quédate weón, te vamos a necesitar.


—No puedo’—negó con el rostro. Se acomodó la mochila en el hombro—Estoy con la Sarah.


—¿La Sarah?


—Mi hermana, aweónao—y me mostró su mano que estaba fuertemente aferrada a la de su hermana. Recién en ese momento noté la existencia de la chica y que ella se encontraba dentro del establecimiento. “Sarah” me miró, igualmente asustada. Pude leer el miedo en el rostro de esa inocente chica


<<¿Tendrá idea siquiera de lo que es que te tomen preso?>>.


—Explícale vo’ al Luis. No puedo quedarme. Lo siento, amigo. Sabes que yo de poder me quedo—se disculpó, quizás preguntándose por qué había arrastrado a su hermana justamente ese día a la toma. Yo le asentí, sin notar que no había quitado durante un segundo la vista de los ojos marrones de Sarah. No tan solo “me parecía linda”, era linda—Suerte.


—Gracias. Llega bien—agregué, respondiendo casi de memoria aquello. Sarah también me miraba y cuando sintió el tirón que le dio su hermano para avanzar, despegó la vista de mí con cierta dificultad. Yo tampoco quería dejar de verla, pero por alguna razón, prefería que se fuera pronto.
Me aseguré de que se fueran y cerré las puertas del instituto con las cadenas y los candados. Miré por entre las rejas cómo se marchaban los hermanos hindúes en dirección al metro, corriendo desesperados por alejarse del instituto.


 Sentí un golpe en mi nuca que me obligó a voltear con una expresión de ira: había sido Luis.


—¡Aweónao! ¿Dejaste que se fuera el Apu?—preguntó enfadado, refiriéndose a Nirek.


—Estaba con la hermana, imbécil. ¿Quieres que lo vaya a buscar al metro y lo traiga de vuelta con esa  mina muerta de miedo?

Luis se relamió los labios, demostrando “a su manera” que se había equivocado, y marchó en silencio de vuelta al tumulto de jóvenes. Yo no alcancé ni a dar dos pasos antes de sentir las sirenas de los carabineros y toda su fuerza policíaca a menos de una cuadra.


Última edición por JaviOfJonas el Mar 01 Abr 2014, 8:50 pm, editado 3 veces
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Samsara. Empty Capítulo I

Mensaje por JaviOfJonas Vie 29 Nov 2013, 10:07 pm

Capítulo I

La lluvia azotó el parabrisas del Mazda plateado que conducía mi madre. El limpiaparabrisas la quitó un chirrido estremecedor. Desvié mi vista a la calle, donde la gente –que se veía como sombras fugaces por sobre más oscuridad-- buscaba refugio de la lluvia bajo negocios, cornisas, paraguas e incluso árboles. Me pregunté cómo habrían llegado Nirek y Sarah.


—Paul—me llamó ella sin quitar la vista de frente— ¿Cómo está tu ojo?


Tal como había pasado Danilo predicando durante los quince últimos minutos de toma, quedó la cagá. Luis no tuvo mejor idea que empezar a enfrentar a las fuerzas policiales, junto a un grupo de cuarto y tres alumnos de segundo que deseaban armar un alboroto. Supuestamente, las autoridades no pueden ocupar la fuerza hasta que den quince minutos para desalojar todo el establecimiento. Cuando se fue Nirek, quedaron cuarenta alumnos dentro. Luego de la llegada de los carabineros quedaron trece, incluyéndome. Yo deseaba salir corriendo en cuanto llegaran los pacos, pero Luis no quiso.


<<Tuve que haberte dejado botado, Lucho. Mira como tengo el ojo ahora>>.


Entre el revuelo que se armó cuando pasaron los quince minutos, volaron patadas, combos, escupos, garabatos y hasta un zapato pasó por frente mis narices. Lástima que ese desdichado zapato, que se le había escapado a un niñato de segundo (que por hacerse el valiente se lo llevaban preso entre cuatro uniformados), cayó justo en mi ojo izquierdo y no con una fuerza menor. Ahora tenía un horrible moretón rodeando la cuenca de mi ojo y una hinchazón que me ardía como mil demonios.


No quise responderle a mi mamá y me dejé tragar aún más en el asiento. Estaba cansado y sabía que mi padre me iba a retar y, quién sabe, quizás hasta un par de golpes me iba a dar. Le había prometido que no iba a dejar que me pasara algo y ahora tenía un ojo morado. Dios… Iba a tener suerte si es que me dejaba vivo.


*   *   *   *

Ordené las cosas que estaban dentro de la mochila. La di vuelta por sobre mi cama y comencé a guardar todo en su lugar con desgano. Tomé el desodorante y lo tiré a un mueble, la computadora portátil la dejé sobre el escritorio, junto al MP4 y los audífonos. El único cuaderno que había acarreado al instituto durante las últimas semanas le hice espacio en el velador y el resto lo eché dentro de una bolsa de basura que había llevado a mi cuarto para botar lo innecesario.


—Toc, toc—susurró mi mamá, al otro lado de la puerta, haciendo el sonido con su mano y con sus labios—Te traigo algo.


—Pasa, mamá—suspiré. Pasé una mano por mi pelo mientras tomaba la bolsa de basura en una mano y volteaba a ver a mi amable madre. Ella era bella, muy bella. No me podía explicar cómo mi padre, con todo su malhumor, había conseguido semejante mujer.


<<Elizabeth Vargas, la mejor mamá del mundo>> pensé con una sonrisa mental <<La mujer más bella que ha pisado la tierra, con los cabellos castaños claros más hermosos alguna vez vistos, con los ojos verdes más dulces conocidos y la sonrisa rosa más acogedora en la tierra>>.


Traía un agua de menta en una mano y un hielo envuelto en toalla nova en la otra. Puso el agua sobre mi velador al tiempo que me quitaba la bolsa de basura de mi mano. Quitó la mochila de sobre mi cama y me hizo recostar en ésta.


—Mi pequeño—dijo con un asomo de ternura en su voz. Besó mi mejilla y puso el hielo en mi ojo izquierdo—Pobrecito mi niño. Tanta mala suerte que tiene—y lanzó una risita.


<<Sí, Paul. Posees una suerte extraordinaria… Es decir ¿a quién le cae un zapato en el ojo?>>.


—No deberías reírte, mamá—murmuré sonriéndole. Ella besó mi frente.


—Es que… Bueno, hijo. Te dejo el agüita sobre el velador ¿ya?—asentí—Descansa y trata de que esa hinchazón se te pase, cariño.


—Sí, mamá, gracias.


Ella tomó el pomo de la puerta entre sus manos y salió de mi cuarto con la bolsa de basura a la rastra mientras gritaba “te quiero” a los vientos. Reí y negué, observando con curiosidad el techo de mi pieza que estaba decorado con un fisgón ojo que había dibujado hace un año atrás ya. Ni siquiera recordaba por qué lo había hecho, pero simplemente estaba allí, mirándome día y noche, y me alegraba de tenerlo. Me hacía pensar que a alguien más le importaba.


*   *   *   *

La mesa estaba más callada que de costumbre y los servicios sonaban más de lo normal. Me estaba desesperando. Nadie decía una palabra, nadie mencionaba nada sobre mi ojo ni mucho menos alguien se dignaba a mirar a alguien. Todos enfocados en sus platos, comiendo tan enfrascados en sí mismos que ni notaban la frialdad que representábamos como familia.


—Está rico, mamá—susurré suave, mirando a mi madre a un lado de la mesa. Ella me correspondió con una sonrisa, y eso fue todo.


Esa noche dormí tranquilo, por primera vez, después de un mes y medio. Sabía que el día siguiente sería completamente mío y que no se lo debía a nadie, que no debía hacer nada. En esos momentos estaba en unas “vacaciones inconclusas”. De seguro un par de años antes me habría quejado, pero a esas alturas casi las agradecía. El instituto me sofocaba, la gente de allí también y hace meses que no sentía cómo obtenía tiempo para mí. Sería grato volver a ser dueño de mi vida, aunque fuera por unos segundos.


Sonó el teléfono celular por sobre mi velador. Encendí la lámpara de noche y con una mano a tientas tomé el aparato. Era un what’s app del Luis.


“Brooo!”


—Chúpala, cabrón— dije mordiéndome la lengua. Seguía enfadado con él, y lo estaría hasta un par de días más. Ésta vez realmente había ido muy lejos.


 Apagué el celular y lo tiré bajo la cama. Di una vuelta en las sabanas, apretándolas contra mí y terminé por apagar la luz otra vez. No tardé en dormirme y, por primera noche en los últimos cinco años, soñé.


*   *   *   *

Para la mañana siguiente mi ojo no estaba tan hinchado, o por lo menos no lo sentía así. Desperté de a poco, con el ruido de la ciudad que comienza a trabajar temprano, y me topé con aquel ojo dibujado en el techo de mi pieza, justo por sobre mí.


—Hola—saludé, ladeando la cabeza para obtener un distinto ángulo. Sentí cómo los músculos de mi brazo se tensaban y me estiré, lanzando un bostezo matutino—¿Cómo has dormido?—hice una mueca—¿Siquiera has dormido?


Sonó la alarma del despertador de mi padre, me distraje de lo que estaba pensando. Me levanté de un salto de la cama y corrí al espejo de cuerpo entero, consultando con nerviosismo sobre mi ojo: No me dolía tanto como antes, pero seguía igual de feo, incluso peor.


<<Mierda>>.


Antes de que siquiera pudiera reaccionar y correr por hielo, se abrió la puerta de mi cuarto mostrando a mi padre tras el umbral. Me quedé de piedra. Estaba con su pijama polo y el cabello desordenado, tenía un poco de barba y a duras penas sus lentes se afirmaban a su rostro. Sí, se había levantado sólo para regañarme.


—¿Cómo te lo hiciste?


Observé su presencia, anonado, sin poder creerme del todo que el tiempo de mi despertar había calzado con el suyo. Negué con el rostro y me llevé una mano al ojo, sonriendo nerviosamente.


—¿Te parece gracioso?—avanzó dos pasos que retumbaron por todo el piso. Sólo con eso me convenció de dejar de reír.


—No, no me parece gracioso—respondí desafiante—Pero… Nah. Da igual, de todas formas no entenderías.


—¡Te había prohibido hacerte daño!—me apuntó con un dedo.


—¡Prohibirme no quita el ataque de cosas que se van de mi control! ¡Lo siento, , pero no puedo domar todo lo que sucede con el mundo!


Hasta ese momento, no había notado que tenía un periódico entre sus dedos, pero me quedó muy claro cuando lo lanzó con ira al piso. Había pensado que el sonido estremecedor de sus pasos no se podía igualar con ningún otro, pero no, me había equivocado: no había sonido más fuerte que el de ese periódico  cargado de rabia.


—¡Entonces explícame por qué chucha te quedaste cuando te dije que no podías! ¡No te entiendo, Paul, explícame ahora, weón!


—Porque se quedó el Lucho y yo-


—“¡PORQUE SE QUEDÓ EL LUCHO!”—imitó, con más ira en sus palabras. Rodeé los ojos—erí’ enfermo de ajílao, Paul. ENFERMO. ¿Qué weá te dije yo?—se señaló a sí mismo. Abrí la boca para contestar, pero me interrumpió—¿Qué weá te dije? ¡CONTÉSTAME!
Me callé, no tenía ni el menor sentido discutir algo que él se iba a negar a entender a toda costa. Mucho menos con alguien que ni siquiera se iba a dignar a escucharme. Mi papá me empujó levemente con sus dedos y pidió un par de veces más una respuesta, mucho más agresivamente y con más garabatos cada vez que no le respondía. Su cara se había casi desfigurado por la rabia. Cuando por fin notó que yo no le iba a responder y que me dejaba empujar desviando la vista a otro lado, se separó un par de pasos de mí y se acercó a la puerta de mi cuarto. De reojo, noté como mi hermana mayor asomaba la cabeza para espiar la escena.


—Estás castigado, conchetumare’. ¿Me escuchaste? CASTIGADO—esperó una confirmación de mi parte. Yo sólo asentí y mantuve la vista en el piso. Mi padre tomó mi celular del suelo—Linda la weá. Me pide un celular el muy conchesumadre y lo tiene botao’ en el piso—lo exhibió por sobre mi rostro—¡Cagaste con ésta weá! ¿Me estaí’ escuchando, weón? ¡CAGASTE!


Volví a asentir. Mi papá me regaló un último empujón antes de salir azotando la puerta contra las paredes. Sentí cómo el apartamento completo se estremecía.


* * * *

De todos los nombres que podía haber en el mundo, mis padres habían decidido ponerle Julieta a mi hermana. Es decir, mi hermana se llamaba Julieta Montesso. Sé que el apellido de Julieta en la famosa obra de Shakespeare es Capuleto, pero… bueno, si has leído el libro o has visto la recreación de la obra me podrías entender en aquel juego de palabras. ¿Por qué siempre empiezo a hablar por algo que tenga que ver con el apellido de mi familia?


El punto de todo el asunto era presentar a mi hermana, Julieta. Es estudiante de medicina en la universidad de Chile y cada vez que me hago una herida o que me veo enfermo no pierde oportunidad para usarme de conejillo de indias con alguna de sus tareas, pero sabía que me ayudaba más por ser hermana que por aquella rebuscada excusa de que mi herida coincidía con algún proyecto.


—No creo que pueda hacer mucho más por tu ojo, Paul—dijo con una sonrisa, quitando por unos segundos el hielo de mi piel, comprobando que la hinchazón no había bajado en lo más mínimo para luego volver a presionarlo—No deberías moverte.


—Estoy bien, supongo—sonreí de medio lado—Tampoco es algo grave.


Ella sonrió, dejando a la vista los dientes genéticamente iguales a los míos. Sí, era cierto: éramos como dos gotas de agua.


—¿Cómo te lo hiciste?


—¿Me creerías si te dijera que me cayó un zapato?—pregunté, lanzando una carcajada y apretando los ojos.


—Dios mío, tienes una suerte condenada.


—Ten cuidado que es hereditaria—bromeé con más ganas.


Julieta era una especie de amiga para mí, pero no era una amiga específicamente. Jamás había confiado tanto en alguien como lo había hecho con Julieta. Dicen que los hermanos se pelean de pequeños, pero no tengo recuerdos de haber molestado a mi hermana o que ella lo haya hecho conmigo. Éramos los hermanos más anormales alguna vez en la tierra, y la amaba por eso.


Mi hermana rio frente a mi broma, al tiempo que ponía mi mano sobre el hielo para dejarme a mí ese trabajo.


—Debo terminar una presentación para la U, pero no dejes de presionar esto contra tu cara. Quizás para la noche se baje la hinchazón.


—Gracias, Juli—me acerqué a besar su mejilla—Termina ese proyecto antes de que se tomen tu U también.


—Falta poco, la próxima semana la van a tomar, pero debo presentar esto el miércoles—rodeó los ojos, de seguro deseando que la toma empezara  mucho antes para no tener que hacer la exposición—Descansa—agregó. Sonrió hacia mí una última vez antes de cerrar la puerta con suavidad tras de ella.


¿Descansar? No sé si podría descansar. Ciertamente, entre todo lo que deseaba hacer, descansar era lo último que quería. Quería moverme, quería hacer algo. Hace semanas que me sentía como un bulto inútil.


* * * *

Los días siguientes me quedé en casa. Mantuve el televisor encendido, pero no había mucho que ver afuera (protestas sociales, marchas masivas de estudiantes, doctores y profesores y, ¡oh!, ¿cómo olvidar a ese pequeño gatito montés que cayó a los rieles del metro y estuvo a punto de morir en la estación “Los héroes”?).


Pasé días recostado en la cama, leyendo sobre lo que fuera y estudiando lo que sea. Era una especie de rutina para no perder la costumbre. Desperdicié tantos días de ésta forma que no recuerdo exactamente cuánto tiempo estuve encerrado en mi pieza, pero sé que fue el suficiente para que Julieta me apodara “el Jorobado del Nacional”. Ese día salí a buscar un 1+1 a la cocina y me encontré con ella. Le pregunté a qué se debía el apodo y me dijo “pasas el día entero estudiando, encerrando en las cuatro paredes de tu pieza—sonrió, acariciando con cariño mi rostro y posando la vista en mi ojo mientras sacaba un jugo del refrigerador—y estás como esperando que eso te sane para salir. “Jorobado del Nacional”—repitió—Es bueno ¿No?”.


Supongo que lo era, pero ello, sinceramente, no me importaba en absoluto. Lo que de verdad estaba esperando era que en las noticias vespertinas apareciera algo sobre el instituto. Necesitaba que me dijeran que se lo habían vuelto a tomar.


Pero cuando pasó una semana completa y no hubo ni el más mínimo rastro del nacional en el televisor mi madre me dijo que debía volver ir a clases. En ese momento asentí, resignado. Creo que estaba esperando aquella orden… y además, ya se me había pasado la hinchazón del ojo.


* * * *

Julieta estaba sentada al borde de la ventana, comiendo solazada de un plato con yogurt y cereales. Miraba hacia abajo del departamento, abstraída con el movimiento de la ciudad.


Entré en el living y la desperté de su ensueño. Ella reparó en mí, sonriendo amigablemente, al igual que siempre lo hacía, y dejó lo que comía de lado.


—¿Qué sucede?—preguntó, limpiando los residuos de las comisuras de su boca.


—No… No es nada—negué, mirando al suelo—Te quería pedir un favor.


Levanté la vista a ella. Julieta me conocía muy bien. Ya estaba buscando su maletín de la computadora portátil entre el cajón de papá. Me lo extendió una vez que lo obtuvo entre sus manos y guiñó un ojo hacia mí.


—Papá salió hace unos quince minutos. Dijo que iba a ir a la casa de Cecilio, así que apúrate, que ya debe estar volviendo ¿Vale?


Asentí hacia ella y salí corriendo a mi cuarto. Cerré la puerta tras de mí, encerrándome en la penumbra oscura que me ofrecía la luz de la luna. Dejé el maletín sobre la cama y puse la computadora portátil en el escritorio. La encendí, rogando desesperado que apurara en terminar de comprobar el software para poder ocuparla.

No sé qué esperaba encontrar ciertamente. Sabía que no planeaban tomarse el instituto otra vez y que debía muchas pruebas a los profesores para poder cerrar el ramo, pero tenía la esperanza de que… no sé, cinco idiotas decidieran continuar con la toma. De todas formas, eran ideas vagas y poco probables. La verdad era que debía asumir las responsabilidades, aunque fuera por unos días, y comenzar al instituto otra vez.
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