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Midnigth Run (Nick y tu) [HOT]

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Midnigth Run (Nick y tu) [HOT] Empty Midnigth Run (Nick y tu) [HOT]

Mensaje por MissMarshmallow Vie 05 Jul 2013, 11:23 pm

Nombre: Midnight Run
Autor: La fantástica Lisa Marie Rice.
Adaptación: Sí, del libro homónimo. Serie Midnight.
Género: Erótica, Drama, Romance, Acción, Suspense, etc.
Advertencias: Sí, violencia, trato con  estupefacientes, y escenas de alto contenido sexual. Leer bajo su propia responsabilidad.
Otras páginas:  No que lo sepa.




MIDNIGTH RUN:




__________ __________(TuApellido) ha estado muy enferma, pero ahora está bien, muy bien, y con ganas de ir de juerga. Bueno, de sexo. En su primera salida en el tempestuoso mundo de las citas atrapa a Nick, un macizo alto, sexy y guapo. Se lo ha ganado a pulso, es su premio por no morir. Pero después de un fin de semana de sexo salvaje, descubre que él no es lo que ella pensaba que era. El policía Nicholas “Nick” Jonas no se puede creer lo que están viendo sus ojos. ¿Qué hace una “princesa” en una discoteca famosa por sus escándalos sexuales? Necesita que la rescaten y rescatar mujeres es que lo que a Nick se le da mejor. Él la ha visto primero, y, como dice el refrán, quién lo encuentra se lo queda. Después de un fin de semana del sexo más ardiente que ha tenido en su vida, decide quedársela para siempre. Cuando ella se ve envuelta en un problema, él hace todo lo que está en sus manos para protegerla. Pero __________ no quiere que Nick la proteja, lo quiere en su cama.





Well my Ladies, con un sólo coment subo primer cap, sólo quiero advertir que LM Rice hace unas historias que valen totalmente la pena leer.
MissMarshmallow
MissMarshmallow


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Midnigth Run (Nick y tu) [HOT] Empty Re: Midnigth Run (Nick y tu) [HOT]

Mensaje por MissMarshmallow Sáb 06 Jul 2013, 4:06 pm

Capítulo 1




Sábado, 12 de diciembre


El Warehouse, Portland, Oregon.




Parecía una princesa perdida en el bosque, intentando encontrar el camino para volver al castillo.
¿Qué diablos hacía una mujer como aquella en el Warehouse?
El oficial Nicholas “Nick” de Homicidios de Portland, le dio un sorbo a la cerveza aunque no le apetecía y levantó los ojos para mirar a su derecha. A la princesa que había estado observando toda la noche.
Estaba de perfil en el otro extremo de la barra en forma de U, mirando a los que bailaban y hablando con una amiga de cabello rojo.
Nick sabía quién era la amiga pelirroja. La había estado observando durante tres noches seguidas. Los clientes del Warehouse, la discoteca más escandalosa de Portland, eran una mezcla de ejecutivos modernos y las personas más despreciables de la sociedad, disfrutando cada uno de la compañía del otro. Empezaban calentándose en la pista de baile y acababan esnifando en los cuartos de baño. La amiga de la princesa trabajaba en alguna torre de oficinas y venía al Warehouse para liberarse de las tensiones y echar alguna cana al aire.
Sabía que la princesa no era así. La princesa era de otra clase.
Nick también era de otra clase, pero estaba allí por trabajo al ser el experto en el crimen organizado internacional. El IOC, Centro Internacional de Operaciones y asesinato. Una volátil e interesante mezcla.
Había ido al Warehouse durante tres noches seguidas, esperando a Yevgeny Belusov, un chivato al que no podían localizar. Belusov era el cuñado de Viktor Kuzin, el supuesto jefe de la mafia siberiana, que se había trasladado a Portland y hacía sus negocios en la Costa Oeste. La hermana de Belusov, Tatiana, estaba casada con Kuzin. La semana pasada había acabado en el Hospital General de Portland con contusiones múltiples. Por una corazonada, Nick había revisado todos los archivos de los hospitales en un radio de 160 kilómetros y encontró diferentes entradas de una mujer rusa de las mismas características que Tatiana, tratada repetidamente de lesiones. Además de ser un importante criminal internacional, Kuzin era un hijo de puta que pegaba a su esposa.
Belusov había prometido proporcionar información sobre Viktor Kuzin y su representante en EE.UU, Paul Carson, a cambio de ser admitidos él y su hermana en el Programa de Protección de Testigos. El lugar de encuentro para las negociaciones era el Warehouse, donde nadie se fijaría en ellos.
Hacía ya años que Nick no trabajaba de policía secreto, pero se había ocupado de esto porque Kuzin era sospechoso del asesinato de tres informadores. Kuzin y Carson, el jefe de la mafia rusa y su hombre para todo en la Costa Oeste, estaban los primeros en su lista de cabrones para meter en chirona. Seguía cada pista que pudiera llevarle hasta ellos y encarcelarlos.
La primera vez que se había topado con el nombre de Carson había sido en relación a la muerte de una prostituta en Beaverton. La habían encontrado muerta en un cuarto sin ventanas y con la puerta cerrada y asegurada con clavos. Había muerto de hambre. Tenía marcas de latigazos en la espalda, algunos de ellos de hacía años, según el médico forense. Mientras se estaba muriendo, la mujer había grabado minuciosamente el nombre de Paul Carson en su brazo con un clavo oxidado.
Nick había ido a ver a Paul Carson, uno de los hombres más ricos de Portland, a su lujosa oficina en el piso 40 y se había marchado convencido de la culpabilidad del hombre pero sin ninguna prueba para acusarlo. Meter en chirona a Kuzin y Carson era su objetivo al levantarse cada mañana. Y por eso se había pasado las tres últimas noches escuchando una música atroz y bebiendo cerveza aguada. Un pequeño sacrificio para atrapar a dos peces gordos.
Pero Belusov no se había presentado en las tres noches pasadas.
Bueno, puede que fuera comprensible. Informar a la policía sobre Viktor Kuzin era un asunto peligroso. Kuzin tenía la costumbre de colgar a los que le traicionaban de un gancho y mirar como se desangraban. Belusov estaba o bien encogido de miedo en algún sitio o colgando de un gancho. Fuera por un motivo o por otro no iba a presentarse. No esta noche. Tal vez jamás.
Era hora de marcharse.
Nick tenía una maleta de fin de semana en el maletero del coche. Se largaría a la costa, tal vez a Astoria. Reservaría una habitación en un motel. Tendría un poco de sexo. Probablemente con la camarera que trabajaba en una fonda y que había conocido un fin de semana. Nancy. Nancy… algo.
Una chica agradable, ardiente en la cama y sin complicaciones. Por suerte rara vez quería hablar.
Las tres veces que había ido a verla, habían follado como conejos, comido para reponer las calorías perdidas y luego follado un poco más.
Sí, eso es lo que haría. Conducir hasta Astoria y pasar fuera el fin de semana.
Pero no se movió, lo que hizo fue volver a mirarla. Se preguntó en qué estaría pensando ella. Parecía observar a una pareja que estaba en una esquina del foso.
Nick vio el instante exacto en el que ella se dio cuenta que la pareja estaba follando sin tapujos. Sus preciosos y exuberantes labios formaron una O y giró la cabeza apartando los ojos.
Jesús, la princesa era hermosa. Tenía un brillante cabello oscuro sujeto en lo alto de la cabeza por unas graciosas varillas, un cutis claro y perfecto y un delicado perfil. Por lo que podía ver no llevaba maquillaje.
Se acordó de un dibujo que había visto una vez en la biblioteca. Mientras crecía se pasó un montón de tiempo en la biblioteca donde dejaba transcurrir las largas tardes en vez de irse a su casa a enfrentarse con los puños de un padrastro borracho. No le gustaba mucho leer, así que ojeaba libros infantiles ilustrados. Había uno sobre Nueva York a finales de siglo, que mostraba a una preciosa joven de rasgos delicados y pelo oscuro con un peinado en lo alto de la cabeza. El título ponía “Muchacha de Gibson”.
¿Qué hacía en el Warehouse una muchacha de Gibson?
Las tres noches pasadas había vigilado a la amiga de la princesa, la mujer iba a esnifar al cuarto de baño y salía cada noche con un hombre diferente. Se sabía de memoria a las de su tipo. ¿Qué hacía la princesa con ella?
La princesa. Bufó mentalmente por lo que estaba pensando. Negó con la cabeza, bebió otro sorbo de cerveza y de mala gana volvió a mirarla.
Ella estaba de perfil, con el esbelto y largo cuello arqueado mirando a la gente. Sólo había tomado unos cuantos sorbos de la copa de vino blanco. Parecía tan inocente, tan dolorosa e increíblemente joven… Tan joven.
Nick le hizo una seña al camarero y éste se acercó con indolencia. Teddy, se hacía llamar a sí mismo. Un tipo grande, con más grasa que músculo y más actitud que imagen dura. Pelo engominado de punta, camisa hawaiana, pantalones tobilleros y expresión aburrida. Distribuía droga y Nick ya había informado de ello a la brigada antidrogas. La próxima semana a estas horas, el seboso Teddy estaría en chirona cantando como un tenor.
A Nick le importaba un comino. La brigada antidrogas se ocupaba de las drogas, él se ocupaba de los homicidios.
Ahora mismo, por ejemplo, estaba sobre la pista de los hijos de puta que habían secuestrado en Moldavia a diez niñas con la intención de pasearlas por todo el mundo y venderlas como vírgenes por 100.000 dólares al mejor postor, transformándolas en prostitutas. Cada una de ella les daría a sus dueños unos beneficios de un millón al año. Las pequeñas estaban destinadas a ser tratadas con crueldad y a morir jóvenes. La mayoría estaría muerta a los 18 años por enfermedad o desesperación, o en manos de algún cliente que disfrutara con la violencia.
Por azar, aquel grupo de niñas murió enseguida, se las encontró muertas por asfixia al detener un barco que navegaba bajo bandera panameña para una compañía propiedad de Carson. Sin embargo el papeleo necesario a través de cinco países fue casi imposible de realizar y se requirió que innumerables forenses testimoniaran ante un tribunal.
En la escala de valores de Nick, las drogas eran malas, secuestrar, violar y matar niñas era aún peor.
Nick recordaba cada segundo. La policía subiendo a bordo en una redada a medianoche. El hedor que el capitán trataba de encubrir. La sensación de sentirse enfermo. La inmensa compasión cuando él y sus hombres encontraron a las diez niñas y vieron sus caritas trágicamente lívidas y con expresión de horror y las manitas en forma de garra por rascar las paredes en busca de aire. Nick se había obligado a clavar la mirada en la cara de cada niña, memorizándola, dejando que la rabia le quemase las entrañas. Se aseguraría que cada familia supiera lo que le había pasado a su hija. Y se juró atrapar a los hombres responsables de aquello.
Paul Carson y Viktor Kuzin, traficantes de vidas humanas y de sufrimiento.
Kuzin, ciudadano ruso, era competencia del Servicio de Inmigración, pero Carson era estadounidense y por lo tanto era suyo, todo suyo. Carson iba a caer. Con fuerza. Nick se ocuparía de ello personalmente.
—¿Sí? —Teddy se apoyó en un codo, inclinándose para que su voz se oyera por encima de la música. Echó una mirada al vaso medio vacío de Nick—. ¿Qué te apetece, tío?
Nick enganchó con un largo índice el cuello de la camisa hawaiana y tiró de Teddy y de las flores de hibisco, acercándolos a él.
—Morena, al otro lado de la barra, vestido azul, muy bonita, al lado de la pelirroja.
Teddy miró hacia atrás y luego volvió a mirar a Nick con expresión aburrida.
—¿Sí? ¿Quieres invitarla a una copa? ¿Pedirle para bailar? ¿Follarla?
—El carnet de identidad.
El pobre Teddy estaba confundido.
Nick había trabajado encubierto las noches pasadas. Se había camuflado a la perfección. Como un perdedor, un desempleado, un drogata. Sabía que presentaba esa imagen. Teddy se lo había tragado a pies juntillas.
—Escúchame bien —Apretó con fuerza la camisa de Teddy y tiró de él hacia abajo hasta que su nariz se encontró con la insignia de policía de Portland de Nick con la preciosa y brillante águila. Los ojos de Teddy se abrieron asombrados—. Pídele el carnet de identidad a la chica. Ahora —Miró directamente a los ojos del camarero—. Y puede que me olvide de la mierda que se distribuye en la parte de atrás.
—Claro, seguro —Teddy se enderezó la camisa, en un fallido intento de dignidad—. Por supuesto, eh, teniente.
Fue al otro lado de la barra en forma de herradura. Nick vio como hablaba con la princesa. Vio como ella fruncía el ceño, metía la mano en un bolsito de terciopelo y sacaba una tarjetita plastificada. Un minuto más tarde Teddy estaba de regreso.
—Tiene veinticinco años y el carnet no es falso —dijo Teddy, frunciendo el ceño.
Nick estaba asombrado. ¿Veinticinco años? ¿La princesa tenía veinticinco años? Había supuesto que tendría unos diecisiete… dieciocho como mucho.
¿De qué color eran sus ojos? No podía verlos; ella estaba de perfil, con los ojos bajos como si fingiera estar absorta en la copa de vino que no bebía.
Estaba sola. La amiga se había largado y no volvería, aunque al parecer la princesa no se daba cuenta de ello, ya que levantaba la cabeza a intervalos regulares y miraba a su alrededor. Algún majadero repleto cocaína había sacado a la pelirroja de su silla y ambos habían desaparecido por el fondo de la pista.
En el instante en que la pelirroja se había largado, los hombres empezaron a acercarse a la princesa. Ella se las apañaba bastante bien, era capaz de desviar la atención de los moscones con una sonrisa y negando con la cabeza. Maldición, ¿por qué no miraba hacia aquí? ¿De qué maldito color eran sus ojos? ¿Marrones? A fin de cuentas era morena. Pero su piel era tan pálida, parecía porcelana blanca. Debía ser descendiente de irlandeses, y estos a menudo tenían los ojos azules, una combinación devastadora.
Mierda. Nick bajó la vista hacia su cerveza. Esto era de locos. ¿A él qué demonios le importaba de qué color eran los ojos de la princesa? ¿Qué demonios le importaba ella? Después de todo ella estaba en el Warehouse, que no es que fuera el lugar habitual de las princesas. Y había ido en compañía de la pelirroja, que desde luego ya tenía experiencia en estas cosas. Así que también la tenía la princesa, estaba seguro, aunque no lo pareciera.
¿El aire de inocencia? Buenos genes, piel fabulosa, huesos delicados y nada más.
Un capullo vestido al estilo europijo, con un traje de 3000 dólares y sin camisa, se separó del montón de gente que se contorsionaba en la pista y con paso tranquilo se acercó a ella. Se inclinó y la princesa se apartó. Él le dijo algo y ella negó con la cabeza frunciendo el ceño. En lugar de aceptar la indirecta, el cabrón sonrió, se acercó aún más y la agarró por el hombro.
La princesa miró a su alrededor y a Nick se le cortó el aliento. Había querido saber el color de sus ojos y ahora ya lo sabía. Eran de un abrumador azul brillante, rodeados por pestañas exuberantemente largas. Unos ojos magníficos. Ojos que podían romper el corazón de un hombre.
Ojos llenos de miedo.
No había pasado ni siquiera un segundo y Nick ya se había levantado y se había puesto en movimiento.
 
 
¡Dios mío!
__________ __________(TuApellido) —no por su culpa— la virgen viva más vieja de todo Portland, miró hacia la pista de baile. Bueno, en realidad miraba hacia abajo, ya que la pista estaba en un foso llamado… el Foso.
Durante los últimos doce años, mientras ella había estado muriéndose, se habían puesto de moda los estilos más asombrosos. Apenas podía creerse lo que estaba viendo. Todo el mundo llevaba el pelo corto de punta, como cascos medievales, con las puntas teñidas de unos matices extrañísimos como el fucsia o el verde neón. Era eso o ir peinados con rastas que les caían de cualquier manera sobre la cara y los hombros.
Los ombligos estaban de moda. Bien visibles y, aunque no todos eran atractivos, la mayor parte de ellos con llamativos piercings.
__________ observó a una pareja que bailaba en una esquina moviéndose a un ritmo extrañamente lento. Era imposible saber quién era el hombre y quién la mujer. Y eso suponiendo que no eran del mismo sexo.
Bueno, había querido arrojarse a la vida y aquí estaba. Mirando a la gente, como había hecho toda su vida. Sólo que esta gente era un poco más, er, vistosa que de costumbre.
—¿… itio… est… ad?
—¿Qué? —preguntó gritando. El ruido de los altavoces resonando en la pista era ensordecedor.
Lucy Savage sonrió ampliamente y colocó los labios al lado del oído de __________.
—¿Un sitio estupendo, verdad?
Se habían conocido hacía muy poco tiempo, durante la primera semana de __________ en su nuevo trabajo, empezando su nueva vida. Lucy hacía honor a su apellido, era salvaje. Sin embargo no se lo había parecido en la oficina. Allí había sido amigable y eficiente, poniendo a __________ al tanto de sus deberes como la secretaria más reciente de Semantika, una agencia de publicidad con mucho éxito, mientras ella misma hacía un enorme montón de trabajo. Había sido simpática, atenta y amistosa. Cuando Lucy le dijo a __________ si el sábado por la noche quería acompañarla a un club, había aceptado con ansia. Nunca antes había ido a un club, y ya era hora que fuera.
Apenas había reconocido a la mujer que había aparecido en la puerta de su casa, con un brillante gel corporal sobre una gran cantidad de cuerpo desnudo. La mayor parte de él, agujereado, incluso el ombligo, la nariz y el pezón izquierdo, claramente visible a través del finísimo top negro. Una “beeper”, la había llamado uno de las compañeras, porque hacía saltar la alarma del detector de metales.
Lucy había desaparecido varias veces en el cuarto de baño, y cada vez que salía, su sonrisa era un poco más amplia y sus pupilas un poco más pequeñas. También se había bebido cuatro margaritas y dos whiskys en el tiempo que __________ había tomado una sola copa de vino blanco.
Volvió a girarse para observar la pista de baile. Se fijó en un hombre delgado con el torso descubierto y con aros en los pezones. Era un buen bailarín, sinuoso y ágil, pero llevaba la cintura de los vaqueros tan abajo que parecía que se le iban a caer de un momento a otro y… __________ parpadeó.
No tenía pelo en el pecho, pero tampoco en la ingle. Los pantalones habían bajado tanto que se podía ver con claridad el comienzo del pene, rodeado por una suave piel rosada.
Los hombres tenían pelo allí abajo. Estaba segura que tenían. ¿No lo tenían? Incluso su estatua favorita, el David de Miguel Ángel, tenía el pelo de mármol blanco, grueso y rizado. ¿Por qué el señor Sinpelo no tenía?
La cabeza de Lucy se balanceaba al ritmo de la música, con los ojos entreabiertos mientras sonreía como si estuviera soñando.
—¿Ves a ese tío de allí? —preguntó con la boca cerca del oído de __________. Estaba señalando al señor Sinpelo, que les daba la espalda. __________ le veía la raja del trasero.
—Sí.
La sonrisa de Lucy se hizo más amplia.
—El tío se ha hecho un “Prince Albert”. Excita mucho, ¿verdad? Dios mío, se siente tan bien.
__________ no tenía ni idea de lo que estaba hablando Lucy, pero detestaba admitirlo.
—¿No me digas? —Asintió intentando parecer que entendía, luego desistió. ¿Por qué pretender que tenía experiencia?—. De hecho no, no sé de lo que estás hablando. ¿Qué es un “Prince Albert”?
—Oh, pequeña, ¿dónde has estado metida? Un “Prince Albert” es una polla con un piercing. Excita mucho follar con un tío que lo lleva, ¿entiendes lo que quiero decir? Se sentía divino cuando follamos la semana pasada. ¿La semana pasada? No —Lucy inclinó la cabeza hacia un lado, pensando—, hace dos semanas. El metal aumenta la fricción —Se lamió los labios—. Jesús, me corrí como una loca.
__________ tuvo que obligarse a mover los músculos faciales que se le habían quedado entumecidos por la conmoción. Dijo lo primero que le vino a la cabeza.
—¿Por qué no tiene pelo en la, um…
—¿Polla? —La risa de Lucy se elevó por encima de la música—. Hay muchos tíos que se afeitan. El pecho y alrededor de la polla. A mí me gusta así. Evita que te entren pelos en la boca, ¿entiendes lo que quiero decir?
__________ pensó en ello y se ruborizó.
Lucy volvió a poner la boca cerca de la oreja de __________.
—Yo también me he puesto un piercing.
__________ asintió. Además del aro en el pezón, Lucy llevaba pequeños pendientes de plata alrededor de todo el borde de la oreja derecha, un diamante en la nariz y un clavo metálico curvado con una piedra roja en el ombligo.
—Sí, lo sé.
Lucy se rió.
—No sólo allí —Se balanceaba en la silla al ritmo de la música—. El mes pasado me puse un “Reina Cristina” en el clítoris. Mmm, me encantó después de que bajara la hinchazón. Vuelve locos a los tíos. Me vuelve loca a mí. Deberías probarlo, __________. Ni siquiera tienes agujeros en las orejas. Los piercings son taaaan eróticos.
__________ consiguió disimular sus sentimientos tras una insulsa fachada y una mirada vacía y curvó los labios con una sonrisa inexpresiva tan falsa como la de una muñeca.
Hubo un tiempo en su vida en que la pinchaban cincuenta veces al día. Cada uno de aquellos pinchazos había dolido. Le rompería el brazo a cualquiera que estuviera a menos de un metro de ella con una aguja en la mano.
—Me lo pensaré —dijo sin comprometerse y volvió a observar a la gente.
Allí se desplegaba mucho comportamiento raro, todo fascinante y algo inquietante. Los hombres y las mujeres parecían saltarse todos los rituales de apareamiento e ir directamente a la excitación del sexo. Algunos se saltaban incluso lo de la excitación.
Una pareja en una esquina del foso le llamó la atención. Las luces del techo de la discoteca iluminó a los dos, y luego, como en un parpadeo los dejó en la sombra. Estaban unidos por las caderas, moviéndose al mismo compás con fuertes golpes. La falda de la mujer se subió hasta exponer una cadera desnuda.
Seguro que llevaba puesto… ¿cómo lo llamaban? ¿Un tanga? Seguro que… no… ¡Cielos!
__________ intentó no mirar fijamente y el rubor le quemó el rostro al apartar la mirada. Pero ya lo había visto.
La mujer no llevaba nada bajo la falda y aquellos movimientos eran… eran de verdad… ¡Dios santo!, estaban haciendo el amor. Teniendo sexo, se corrigió. ¡En la pista de baile!
Había estado enferma durante tanto tiempo, encerrada en una zona sin sexo, que era como si todas aquellas cosas que había echado de menos mientras crecía —la muchachita coqueteando con jovencitos imberbes y de rostros redondeados, los primeros besos con la boca cerrada, cogerse las manos en el cine, toquetearse en el sofá, los primeros y tímidos encuentros sexuales con un muchacho tan jadeante y asustado como ella— todos aquellos pasos en el camino de hacerse mujer estuvieran concentrados esta noche en una niebla de hormonas, sudor y música.
Era todo un poco abrumador, pero eso era lo que quería. El motivo por el que había dejado su puesto de bibliotecaria en la fundación familiar. Lo que le había costado una discusión con su padre.
Esto era la Vida. Algo por lo que había luchado con tanta ferocidad.
Estaba oficialmente curada. Lo había conseguido. Había sobrevivido. No volvería a estar enferma nunca más, lo sabía. La vida latía en sus venas, sentía el hormigueo en la punta de los dedos. Esta noche por primera vez en años, veía el camino ante ella. O mejor dicho, un camino, algo más que días tristes, llenos de dolor y noches angustiosas y solitarias. Iba a recuperar el tiempo perdido y vivir cada segundo con toda intensidad.
Se había ido de la casa de su padre y de su abrazo demasiado protector. Iba a empezar a recuperar todos aquellos años que le habían sido robados.
El señor Sinpelo se acercó a ellas, con los ojos entrecerrados, contorsionando el delgado torso y con el vientre tan plano que casi era cóncavo. La música que sonaba ahora era hip hop y el nivel de decibelios había subido un decibelio. Pasó un brazo alrededor del cuello de Lucy.
—Hey, pequeña —canturreó él. Acarició con la nariz el cuello de Lucy, mientras seguía bailando—. ¿Quieres follar?
__________ no lo habría oído por encima de la música, pero el disk—jockey estaba justo en este momento cambiando de canción y lo oyó con toda claridad. Abrió la boca indignada, para decirle que se largara cuando Lucy se rió.
—Ya lo hicimos, cariño —dijo frotándose contra el pecho del señor Sinpelo—. Hace dos semanas, ¿te acuerdas? Puede que acepte otra ronda si me lo pides con amabilidad, pero primero bailaremos.
La música volvió a sonar otra vez y Lucy y su aspirante para hacer el amor fueron hacia la pista, a la que Lucy llamaba el Foso. Un nombre apropiado, pensó __________. Era en efecto un foso, al menos a tres metros por debajo de la barra. Las luces intermitentes iluminaban miembros contorsionándose. La gente estaba apiñada, con rasgos imposible de ver bajo el parpadeo de las luces estroboscópicas. Los brazos contorsionándose sobre las cabezas de los bailarines hacía que pareciera un nido de serpientes.
A Lucy y al señor Sinpelo ya no se les veía. El Foso era enorme.
Si __________ quisiera contactar con Lucy tendría que meterse ahí dentro. Se estremeció sólo de pensarlo.
—¿Quieres…? —le gritó un hombre al oído.
—¿Qué? —Giró la cabeza con brusquedad y se encontró una cara con una estúpida sonrisa.
El hombre se había peinado el pelo hacia atrás, alisándoselo con gomina y se había dejado cuatro pelitos bajo el labio inferior. Olía a fijador, desodorante, loción para después de afeitar bastante fuerte, y por encima de todo esto sobresalía el olor acre de sudor.
¿Seguramente él no acababa de decir…?
—¿… bailar? —gritó el hombre otra vez.
__________ se dejó caer aliviada. No tenía ni idea de que contestar a un hombre que le pidiera para follar, pero sabía exactamente que decir a un hombre que le pedía para bailar.
La idea de bajar al Foso hizo que se le pusiera la piel de gallina. Una cosa era observar a la gente y otra completamente distinta quedar atrapada entre cuerpos apretujados que se contorsionaban. Se obligó a sonreír.
—Gracias, pero creo que me saltaré esta.
Eso es.
Era una bonita respuesta, una que había leído en una novela. Claro que la novela transcurría en el periodo de la Regencia, cuando probablemente los bailes eran distintos, uno tras otro, en lugar de ese golpeteo que salía por los altavoces. Pero el hombre no oyó la bonita respuesta.
Él se inclinó más cerca. Demasiado cerca.
—¿Qué… dices? —Una generosa cantidad de saliva salió disparada de su boca y la sonrisa de __________ bajó de intensidad.
—¡No! —gritó. Luego, porque la cortesía se la habían inculcado machaconamente desde pequeña, añadió—. ¡Gracias!
El hombre se encogió de hombros y se movió cinco asientos más allá para preguntarle a otra mujer.
Tres hombres más se acercaron a ella, uno tras otro, alejándose cuando ella negaba con la cabeza.
El cuarto hombre era muy guapo y él lo sabía. Cabello oscuro, bien cortado, vestido con un elegante traje y sin camisa. ¿Qué es lo que pasaba? ¿Las camisas de los hombres habían pasado de moda mientras ella había estado enferma?
Los limpios rasgos masculinos sonreían, pero a __________ se le erizó el vello de los brazos.
Había pasado muchos años —demasiados años— enferma y vulnerable. Ahora estaba bien —bien de verdad, gracias Dios— pero la vida parecía diferente cuando uno estaba acostado y lo único que podía ver era el techo.
No se podía ver venir el problema cuando se estaba de espaldas.
__________ había aprendido, muy pronto, con que enfermeras se podía contar para que intentaran no causar dolor y a cuales les gustaba en secreto hacer daño a una niña que no podía defenderse.
Qué médicos tenían la gentileza de calentar primero el estetoscopio y cuales te trataban como un interesante pedazo de carne, carne de cañón, para otro informe científico. Por consiguiente ella tenía un barómetro muy sofisticado y preciso y ahora mismo la flecha del barómetro vibraba como loca en la Zona de Alerta Roja y las alarmas se habían disparado.
__________ podía sentir —casi podía oler— la crueldad y la locura insana y aquel olor venía del hombre que le estaba preguntando si quería bailar.
Era apuesto y elegante, claramente bien situado y con éxito. Pero los ojos le brillaban con demasiada intensidad. Los dientes eran demasiado blancos y los labios demasiado rojos. Él se lamió los labios con una lengua afilada y puntiaguda. Tenía la mandíbula inferior tan tensa que los músculos le temblaban.
Todo él estaba tenso, con los músculos tan crispados que se le marcaban las venas.
Él le echó un beso en el aire y todo el interior de __________ se estremeció.
—Hey, preciosa señorita —dijo con una sonrisa confiada, creyendo que exudaba encanto por todos sus poros—. ¿Estás sola? Podemos arreglarlo. Ven y baila conmigo.
Se inclinó hacia ella con la boca roja abierta, y __________ intentó no dejarse llevar por el pánico. Interiormente se vio agitando los brazos al aire para escapar y gritando como una desesperada.
Exteriormente, curvó los labios en una tensa sonrisa y se encogió de hombros.
—No estoy sola —protestó.
Él le tiró del brazo como si no la hubiera oído, y ella alzó la voz, intentando mantener la calma.
—Estoy con una amiga. Ella está… ah… —__________ estiró el cuello para mirar con atención el Foso, pero no veía a Lucy por ninguna parte. __________ fingió que la había visto y agitó una mano—… allá abajo, bailando. Volverá en un momento. Estoy bien, gracias.
Ahora piérdete. Rápido.
—Creo que no —Los ojos eran duros y estaban entrecerrados, cerrándose aún más cuando se inclinó acercándose a ella. El olor a whisky y el mal aliento casi la marearon.
Todas las células de __________ se pusieron en guardia atropelladamente para escapar de él.
—No creo que estés con una amiga, nena. Creo que necesitas un amigo. Creo que me necesitas a mí.
Le apretó el hombro con los dedos. Tenía la mano firme y cuanto tiró, ella tuvo que agarrarse a la barra para resistir el tirón. Él tiró con más fuerza.
El corazón le latía a mil por hora. Miró a su alrededor desesperada. Debía haber unas quinientas personas en el Warehouse, aunque nadie les prestaba atención. No podía secuestrarla aquí entre tanta gente, ¿verdad?
Aunque eso era precisamente lo que había hecho Rory Gavett. La secuestró bajo las narices de las enfermeras del hospital.
Le empezó a dar vueltas la cabeza y luchó contra las lágrimas. Intentó apartarse, pero sólo consiguió que le clavara los dedos en el brazo con más fuerza. Se le hizo la sonrisa más amplia y de pronto comprendió. Le gustaba infligir dolor. Le excitaba la crueldad. __________ se mordió los labios para evitar ponerse a gritar. Echó una mirada a su alrededor enloquecida buscando ayuda, pero todos miraban hacia el Foso. Sus ojos tropezaron con un hombre sentado al otro lado de la barra en forma de U. Un hombre grande, con el pelo castaño, muy corto, con un estilo para nada moderno y sin gomina, bebiendo una cerveza de marca poco conocida.
Los hombros tensaban una camiseta negra, que formaba una curva sobre unos bíceps grandes y duros. ¿Podría ayudarla? Sus ojos se encontraron. Desde luego él parecía lo bastante fuerte como para enfrentarse a su torturador.
Ella cerró los ojos por el dolor. El señor Cruel y Espeluznante le estaba clavando los dedos en el hombro. De una forma horrible, se le había acercado y se rozaba contra ella. __________ notó el pene erecto. Trató de apartarse, pero él la agarraba con fuerza.
__________ miró otra vez a su alrededor. Al hombre grande no se le veía por ninguna parte, su asiento estaba vacío.
Bueno, claro. Se había marchado o se había ido a bailar. Era de locos el que le pareciera que la había abandonado.
—Vamos, nena, no te hagas la tímida —El aliento de Espeluznante se extendió caliente por su oído. A __________ le entraron náuseas. Él volvió a tirar, con brusquedad, y ella se mordió los labios para evitar pegar un grito. Una expresión de dolor sólo le excitaría más.
—Lárgate. La señora está conmigo —dijo una voz profunda por encima de su cabeza. Pasó de repente. La presión en el hombro disminuyó, y luego desapareció por completo. Su torturador se puso pálido. Tenía la boca abierta, pero no salía ningún sonido excepto un ruido áspero como de alguien a quien le cuesta respirar. Después retrocedió, con la boca apretada, y la cara mortalmente pálida, luego desapareció.
Algo grande —muy grande— apareció en su línea de visión. El hombre grande que había visto en el otro extremo de la barra había ahuyentado a Espeluznante y se había sentado en el asiento de al lado.
__________ se tensó. Había cambiado un peligro potencial por otro. Espeluznante la había aterrorizado y la había zarandeado con fuerza, pero no había sido físicamente apabullante como el hombre que ahora estaba sentado a su lado. Ahuyentar a este hombre podría ser imposible.
La cosa iba de mal en peor. __________ se quedó con la mirada clavada en el Foso, buscando frenética a Lucy. Tenía que salir de aquí, todo aquello era demasiado aterrador, demasiado extraño, se sentía demasiado… ¿qué?
Se calmó. La verdad es que se sentía… bien.
Asombroso.
Bajó la vista hacia su copa y se miró las manos. Le habían dejado de temblar. Su barómetro estaba en silencio. La flecha había bajado hasta la Zona Azul de Todo Bien. Toda ella estaba tranquila, calmada. Estaba rodeada de una burbuja de protección.
Nada podía hacerle daño aquí.
Era el hombre que estaba sentado a su lado. El hombre muy grande que estaba sentado a su lado. Él era el responsable de la sensación de protección. De la sensación de estar sentada en la orilla de un río que murmuraba con suavidad en un cálido día de primavera.
__________ se arriesgó a echarle una ojeada. Cielos, era enorme. Alto, incluso sentado, con aquellos increíbles músculos expuestos. Muchos de los hombres que se contorsionaban alrededor, alardeaban de físico conseguido en algún gimnasio. Este hombre no se parecía en nada a ellos. Era como si ya hubiera nacido alto y fuerte y le hubiera dado un buen uso a su cuerpo desde entonces. Estaba claro que trabajaba en algo que requería mucha fuerza física. Un estibador, tal vez, o un leñador.
Las extremidades eran largas y muy, muy musculosas. __________ se esforzó por no quedarse mirando fascinada el tatuaje de la serpiente que culebreaba alrededor del antebrazo derecho. Nunca había visto un tatuaje de cerca y éste era magnífico, realista y una obra de arte. Una cobra con la cabeza representada al mínimo detalle en el dorso de la mano, y el cuerpo girando alrededor de un antebrazo duro y poderoso. Siempre que el hombre moviera la mano, el efecto de ondulación haría que la serpiente se contorsionara sensualmente. Como efecto artístico, era fascinante.
Las manos del hombre eran extraordinariamente hermosas, con dedos largos, elegantes y sinuosos.
Fuerte sin ser grueso. Podría ser un leñador, pero las uñas estaban limpias y bien cortadas.
__________ carraspeó y se giró para mirarle a los ojos.
—Me gustaría darle las gracias —dijo—, por ocuparse de aquel tipo.
La música bajó un decibelio el volumen durante un instante y podían oírse sin necesidad de gritar.
—No tiene importancia —La voz del hombre era clara y profunda, de un agradable bajo que le reverberó en el estómago.
Mirado de cerca era irresistible. Rasgos limpios y adustos. Nariz firme y recta, mandíbula cuadrada, labios llenos. Se le cortó el aliento cuando se encontró con sus ojos. Eran de un marrón claro, penetrantes y agudos como los de un halcón. Había fuerza y compasión en aquella mirada.
Era como si pudiera sumergirse dentro de él y quedar allí atrapada, y protegida.
Respiró hondo. Confió en sus instintos. Quería sumergirse. Y quedar atrapada.
—Me llamo __________. __________ Schuyler —No era del todo una mentira. Se llamaba __________ Schuyler __________(TuApellido). Schuyler era el apellido de soltera de su madre, y el apellido que ella usaba en su nuevo trabajo. Esta noche no quería ser __________ __________(TuApellido), descendiente de una de las familias más antiguas de Portland. Quería ser __________ Schuyler, secretaria anónima.
Sin mencionar que diez años atrás el nombre de __________ __________(TuApellido) había sido expuesto en todos los titulares del Oregonian. __________ __________(TuApellido) pertenecía al pasado.
—Nick —dijo el hombre grande—, Nick Jonas —Tendió una mano enorme y, después de vacilar un segundo, __________ se la estrechó y casi tuvo un ataque al corazón por la sacudida eléctrica.
La sensación de bienestar y protección se intensificó. Y algo más, algo para lo que no estaba en absoluto preparada, algo que nunca en su vida había sentido y que la inundó. Cuando la enorme mano envolvió la de ella y la estrechó con suavidad, un hormigueo le recorrió el brazo y una enorme y ardiente avalancha de excitación sexual la atravesó de arriba a abajo. Cada nervio de su cuerpo rechinó y se le erizó el vello de la nuca.
La imagen de sus manos unidas era fascinante. Él tenía la piel bronceada, mucho más oscura que la de ella, era una mano nervuda y musculosa. Las dos manos entrelazadas eran casi un poster de Hombre y Mujer, fuerza y delicadeza combinadas.
Los únicos hombres que la habían tocado eran los doctores y su padre. Los doctores habían tenido todos manos suaves, delicadas, casi femeninas. Y su padre, bendito fuera, tenía las manos suaves y moteadas de un anciano.
Su mano era la mitad del tamaño de la del hombre, totalmente rodeada por la carne dura y cálida de él. No era suave, ni delicada, sino poderosa y fibrosa. Eran manos de un atleta con las venas que sobresalían y cubiertas de cicatrices antiguas y marcas nuevas. Unas manos que se usaban mucho.
Se sintió encerrada en algo enormemente poderoso, aunque suave. Y más. Nada —nada— podría haberla preparado para la potente oleada de sexualidad que la inundó.
El sexo la rodeó. Todo el Warehouse era una enorme bomba de testosterona y de estrógeno, pero la había dejado totalmente impasible. Ahora la sexualidad le recorría las venas, y fue como si alguien, de repente, la hubiera metido en un enchufe y hubiera encendido el interruptor.
Nick Jonas era, en todo el sentido de la palabra, un hombre. Iba vestido de manera sencilla, incluso barata. No había en absoluto nada moderno en él, desde su corte de pelo, muy corto y sin complicaciones, hasta la uñas limpias, sin pulir y sin manicura. No miraba a su alrededor, intentando engatusar a las mujeres. No se acicalaba, esperando que le prestasen atención.
Hacía que todos los demás hombres del Warehouse parecieran cachorritos.
Con un sobresalto, __________ se dio cuenta que todavía tenía la mano en la de él. Que todavía se daban la mano. Tiró con suavidad de la suya y él se la soltó de inmediato. Perdió el calor y la conexión.
Era de locos. Puede que su barómetro señalara Seguridad —aunque hubiera podido estar parpadeando como un loco, que no se hubiera dado cuenta— pero eso no quería decir que se pusiera a soñar con un perfecto desconocido.
—¿Qué otra bebida quieren?
Alzó la mirada hacia el camarero y se sorprendió al ver la expresión agria y severa de su cara. Aquello no era una pregunta, sino una orden. Ella había estado sentada en un taburete de la barra durante más de dos horas, y sólo había consumido media copa de vino blanco. Tal vez el ceño era por esto, se esperaba que los clientes consumieran bebida tras bebida. Sólo el pensar en pedir más alcohol hizo que se le revolviera el estómago.
De acuerdo, si tenía que pedir una bebida…
—Un ginger ale con una rodaja de lima.
El camarero se inclinó hacia delante, se apoyó en un codo y frunció el ceño, beligerante.
—Mire, señora, esto no es una guardería…
—La señora quiere un ginger ale y tú le traerás exactamente lo que quiere. Yo tomaré otra cerveza. Del país —No levantó la voz profunda, pero penetró por entre el alboroto de la música. Esto, combinado con una mirada penetrante, obtuvo sus frutos. Los músculos de la mandíbula del camarero se movieron cuando se tragó una respuesta. Asintió con la cabeza, desapareció y un minuto más tarde dejó con un golpe las bebidas delante de ellos, salpicándose en las manos. Cerveza y ginger ale.
Su salvador se metió una mano en un bolsillo de los vaqueros en busca de dinero y Clarie ahogó un grito.
—Oh, no —Puso la mano sobre el musculoso antebrazo de Nick, el de la serpiente, y sintió otra vez el chisporroteo de electricidad. La retiró de inmediato pero fue suficiente para llamar su atención. Él la había salvado de Espeluznante y era obvio que se había nombrado a sí mismo su perro guardián. Durante los últimos diez minutos nadie se había acercado a ella para pedirle que bailara. Había fulminado con la mirada a cualquier hombre que se aproximara —tenía una mirada muy efectiva— y todos se habían alejado de inmediato… algo por lo que estaba muy agradecida. Y ahora quería pagarle la bebida.
El Warehouse era caro. La entrada costaba 40 dólares y las bebidas como mínimo 10 dólares por persona.
__________ tenía más dinero del que podía gastar. Estaba claro que su salvador era un trabajador. Diez dólares no significaban nada para ella, pero probablemente era lo que él ganaba en una hora de duro trabajo. No podía permitirle que le pagara la bebida.
—Por favor, Nick —dijo ella, alzando la mirada hacía aquellos luminosos ojos—. No tienes por qué pagar mi bebida. En todo caso tendría que ser yo que pagara la tuya.
Para lo que le sirvió, podría haberle hablado a la pared. Cuando acabó la frase, él ya había deslizado por el mostrador el dinero para las bebidas junto con una propina y había empezado a beberse la cerveza. Suspirando tomo un par de sorbos de su ginger ale. Estaba frío, ácido y era muy familiar. Durante muchos años, demasiados, había sido una de las pocas cosas que su estómago podía tolerar.
Nick no hacía ningún esfuerzo por mantener una conversación. La música era ensordecedora. Cualquier palabra tenía que decirse casi gritando, haciendo que cualquier cambio de impresiones resultara absurdo y artificial.
Pero el cuerpo del hombre le hablaba, fuerte y claro, y le decía que ella tenía su protección mientras la quisiera. Él se daba cuenta de todo y de todos y era como si apartara el problema antes de que llegara.
El problema se le habría cruzado en el camino, o le habría bailado en el camino en muy poco tiempo. Había pasado ya la medianoche y era como si alguien hubiera lanzado una bomba hormonal en la profundidades de la discoteca.
En el Foso las contorsiones eran cada vez más salvajes, y las prendas de vestir iban cayendo. __________ vio a una mujer con los pechos al aire, luego a dos más. Los movimientos de los que bailaban eran provocativos, caderas balanceándose y pechos rebotando. Se estaban intercambiando muchos fluidos corporales.
No todo el humo de los cigarrillos que llegaba hasta ella olía a tabaco. La música estaba tan fuerte que era casi doloroso, el latido rítmico hacía que le doliera la cabeza. Era como si estuviera absorbiendo las vibraciones.
Maldición, ¿dónde estaba Lucy? __________ miró ansiosamente el Foso, buscando el alborotado pelo rojo y un torso masculino desnudo. Tarde o temprano Lucy tenía que aparecer, ¿verdad?
¿Debería ir a buscarla? La sola idea de apartarse de la presencia protectora de Nick hizo que se le retorciera el estómago. Mientras él estuviera allí, a su lado, grande y reconfortante, ella se sentía segura. Si se zambullera en el Foso en busca de Lucy, no podría esquivar a los hombres que estaban cada vez más salvajes y atrevidos.
Esto ya no era divertido. Los ojos le escocían por el humo de los cigarrillos, y el vino se le removía en el estómago, amenazando con hacerla vomitar. El golpeteo rítmico de la música le reverberaba en el estómago. No podía pensar con tanto ruido y confusión y se quería ir a casa, ahora.
No tenía coche. Lucy había insistido en pasar a recogerla y en aquel momento __________ se había sentido agradecida. Sobre todo cuando resultó que el Warehouse estaba en las afueras, en una parte peligrosa de la ciudad. __________ se había alegrado de no tener que conducir por allá sola, buscando el club. Pero ahora deseaba con todas sus fuerzas haber traído su coche para poder irse a casa.
Tenía una casa nueva que había decorado su amiga Suzanne Barron. Era confortable y cálida y acogedora. Aún no había dormido allí. Ahora ansiaba estar sentada cómodamente en el sofá amarillo de cretona, un hallazgo de Suzanne.
Nick se inclinó hacia ella, no para atosigarla, sino para poder hablar sin gritar. Le acercó la boca a la oreja y su voz profunda se superpuso con facilidad por encima del estrépito. Sentía los soplos de aire cuando él hablaba y un escalofrío le recorrió la columna vertebral.
—Si estás buscando a tu amiga pelirroja, se ha ido hace una media hora con el tío con el que bailaba. Les he visto salir y ella llevaba puesto el abrigo.
__________ giró la cabeza alarmada, y su nariz chocó contra la de él. Estaban tan cerca que pudo ver los puntos dorados en los ojos marrón claro, que hacían que de lejos parecieran de ámbar. Allí había fuerza y, cosa rara, bondad.
—¡Seguro… seguro que volverá! —gritó ella. __________ no se creyó sus propias palabras, y tampoco él. Nick no contestó, sólo se la quedó mirando.
¿Qué iba a hacer si Lucy no volvía? No dejarse llevar por el pánico, eso desde luego.
Era su primera salida y que la condenaran si se derrumbaba. No, encontraría una solución, ¡un taxi! ¡Por supuesto! ¡Llamaría a un taxi!
__________ llamó al camarero que estaba llenando una jarra de cerveza y una mezcla de bebidas. El nivel alcohólico iba subiendo con los decibelios. Sirvió a un hombre que había a su derecha y que desde luego no necesitaba beber más, y se acercó a ella.
—¿Sí? —gritó—. ¿Preparada para una bebida de verdad?
__________ se inclinó sobre el mostrador.
—¡Quiero un taxi! Por favor, ¿puede llamar a uno?
—Ni hablar. ¿Está usted loca o qué, señora? —contestó el camarero, poniendo los ojos en blanco—. Aquí no viene ningún taxi después de medianoche, es demasiado peligroso. Encuentre su propio medio de transporte —Y se fue antes de que ella pudiera contestar.
Oh Dios, oh Dios. ¿Y ahora qué? Lucy no volvería. __________ lo sabía, lo sentía en los huesos. Lucy era muy divertida, pero no era de fiar. __________ no había querido a nadie de fiar esta noche, había querido diversión y mira lo que había conseguido.
Debería haber venido con Suzanne. Suzanne era totalmente de fiar. Nunca habría dejado sola a __________. Por otra parte, Suzanne nunca la habría acompañado a un lugar como el Warehouse.
Al lado de ella, Nick se alzó. Y se alzó. Y se alzó.
Era abrumadoramente alto, y ancho, casi un gigante. Le tendió la mano e, indecisa, __________ se la cogió. Aquella mano fuerte y llena de callos se cerró con suavidad alrededor de la suya, con un apretón cálido y reconfortante. La levantó del taburete y le tocó ligeramente la cintura, girándola hacia el Foso. La parte superior de la cabeza de __________ apenas le llegaba a la barbilla y eso que llevaba tacones. Descalza le llegaría al hombro.
—Vamos —le dijo él.
Oh, Dios, el hombre quería bailar. Lo último que quería __________ era bajar al Foso. Ya se sentía bastante maltratada sin necesidad de que la empujaran, apretujaran y aplastaran. Pero Nick había sido muy amable. Si quería un último baile, quizás ella debería ceder. Y algo le decía que él se aseguraría que nadie la empujara demasiado fuerte.
Pero él no la bajaba al Foso, después de todo. Lo rodeaba. Incluso fuera de la pista estaba abarrotado. Pero la gente se apartaba como por arte de magia ante Nick, mientras él la escoltaba cuidadosamente cerca de las paredes. La tocaba sólo justo lo necesario para dirigirla, para apartarla con suavidad de la gente, para ayudarla a caminar. Aquella burbuja protectora todavía la rodeaba.
Él se inclinó hacia ella.
—¿Tienes el ticket del abrigo?
—Sí —contestó ella, perpleja.
Nick hizo un gesto con la mano.
—Dámelo.
Ella buscó en su bolso adornado con cuentas negras y se lo dió.
—¿Por qué?
Él estaba dando la espalda al sofocante espacio, bloqueándolo todo con los amplios hombros. Incluso, de alguna manera, bloqueaba el ruido. La voz profunda conservó el tono bajo, pero __________ lo oyó con toda claridad.
Aquellos mágicos ojos de halcón la miraron fijamente.
—Porque voy a llevarte a casa.

 
MissMarshmallow
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Mensaje por MissMarshmallow Sáb 06 Jul 2013, 7:55 pm

Capítulo 2

 Nick acompañó a la princesa —__________— fuera.

Las enormes puertas de acero cortafuegos del Warehouse se cerraron tras ellos y de pronto el mundo se quedó en silencio. Ni una sola nota de música traspasaba la puerta. Todo lo que quedaba del ruido y caos del interior era un profundo latido, más una vibración que un ruido. Se encontraban en el momento justo de la noche en que era demasiado tarde para que llegaran nuevos clientes al Warehouse, y demasiado pronto para que los que había dentro se fueran a casa. Estaban solos en la enorme explanada que servía como aparcamiento.

Nevaba. Estaban a dos pasos de la puerta en un mundo privado, blanco, inmaculado, silencioso y limpio.

El abrigo de __________ era una capa larga con una capucha que le enmarcaba la cara. Ella alzó la cabeza y cerró los ojos con deleite. Inspiró profundamente. Las comisuras de su boca se curvaron.

—Oh —suspiró—, me encanta la nieve —Giró la cabeza y abrió los ojos—. Gracias —murmuró—, por rescatarme y ofrecerte a llevarme a casa.

La capa, la noche oscura, la mujer angustiosamente hermosa, la nieve. Nunca le había costado tanto a Nick apartar la sensación de que estaba atrapado en un cuento de hadas. El leñador, tal vez, escoltando a la princesa de regreso a palacio después de haberla rescatado del dragón. O el caballero, que llegaba para reclamar a la novia predestinada.

Ella no era una princesa. Tuvo que volver a recordárselo. Ella era una chica normal de Portland llamada __________. __________ Schuyler. Hablaba con un acento americano normal, y llevaba ropa normal. Y a pesar de ello, si ella se quitara la capa para revelar un vestido de noche en vez de un vestido de lanilla azul y le dijera con acento extranjero que era la princesa Esmeralda que venía de un país remoto, no se habría sorprendido.

—No es necesario que me des las gracias —dijo y la tomó por el codo. Antes, en el Warehouse, había sido muy duro sujetarla apenas para guiarla a través de aquella enorme cantidad de gente. Lo que había querido hacer —lo que se había obligado a no hacer— era cogerla en brazos y llevársela. Encontrar algún rincón tranquilo en algún sitio y desnudarla. Averiguar si su piel era tan suave como parecía, recorrer con las manos la curva de los pechos, quitarle aquellas varillas del pelo y verlo caer sobre sus hombros desnudos, lamerle los pechos y chuparle con fuerza los pezones.

La polla se le movió en los pantalones.

Quietaaaa.

Desde luego no era eso lo que ella querría. Que su salvador le hiciera insinuaciones amorosas. Se estaba arriesgando mucho al meterse con él en el coche, un completo desconocido. De acuerdo, no es que tuviera ninguna otra opción. La pelirroja la había abandonado para follar con el último novio. Y el camarero tenía razón en que los taxis no llegarían hasta allí. No, no tenía otra salida.

—Ya estamos —dijo con voz queda, poniendo una mano en la manilla de la puerta del pasajero. La nieve caía ligera, gruesos copos de nieve, copos de nieve de cuento de hadas. __________ echó la capucha hacia atrás y levantó la cara con una sonrisa en los labios. Nick se encontró devolviéndole la sonrisa como un tonto, aunque no solía sonreír casi nunca. Los copos besaban aquella pálida piel y se derretían ante su calor. Sabía exactamente cómo se sentían.

Abrió la puerta del pasajero y respiró profundamente. Ella se estaba metiendo en un coche con un hombre que no conocía. Un hombre que pesaba al menos cuarenta kilos más y que la sobrepasaba de más de treinta centímetros. Había llegado el momento de romper la magia y decirle quién era.

¿Por qué vacilaba? Descubriría su tapadera, pero ya lo había hecho con el camarero. No era por eso.

Nick estaba acostumbrado a ser brutalmente sincero consigo mismo y sabía la verdadera razón por la que no quería decírselo.

Las mujeres tenían dos reacciones diferentes cuando averiguaban que era detective de homicidios.

Se volvían frías o se ponían calientes. No quería que ella reaccionara de ninguna de las dos maneras. No quería que se apartara con aversión y no quería que se acercara con curiosidad morbosa por saber cómo era follar con un hombre armado que investiga asesinatos para ganarse la vida.

Durante un poco más de tiempo, quería que ella fuera la princesa y él su caballero.

Ella lo miraba cuando él vacilaba como un tonto con la mano en la puerta abierta del coche. Nick suspiró. Había llegado el momento de romper el hechizo.

—Quiero que sepas que estás a salvo conmigo —dijo con voz queda—. Soy…

—Lo sé —le interrumpió ella con voz igual de queda, como si ambos estuvieran todavía conmocionados por el ruido de Warehouse—. Sé que estoy a salvo contigo. Puedo sentirlo —Sus ojos lo observaron durante un largo momento, unos magníficos y luminosos ojos azules, llenos de confianza. __________ sonrió, se agachó y se metió en el coche. Él se quedó allí sujetando la puerta abierta y sintiéndose como un idiota.

Vale.

Dio la vuelta al coche, entró y puso el motor en marcha, dejando que se calentase. Se miraron el uno al otro y tuvo que agarrar el volante con fuerza para no abrazarla.

La princesa llevaba un suave perfume que había estado oculto por los penetrantes olores de Warehouse. Ahora el delicado aroma se había extendido abarcando casi todo el espacio, agarrándose a su cerebro y haciendo estragos en sus células. El perfume, combinado con los bellísimos ojos y la delicada sonrisa que le dedicaba también tuvo su efecto bajo los pantalones. Tenía una enorme erección. Menos mal que su abrigo de piel de cordero le llegaba hasta las rodillas.

Era de locos. Él estaba loco. Iba a acompañarla hasta su casa, irse a la suya, darse una ducha fría, meterse en la cama, y partir a primera hora de la mañana hacia Astoria donde follaría con Nancy sin parar hasta el domingo por la noche. Y se sacaría a la princesa de la cabeza.

—Bien —El motor ya estaba caliente—. ¿Adónde te llevo?

Ella le dio la dirección. Vivía al otro lado de la ciudad, a unas ocho manzanas de su bloque de apartamentos.

—Me temo que voy a hacerte cruzar la ciudad —se lamentó ella—. Y con nieve.

En el estrépito de Warehouse, donde tenían que gritar para hablarse, no había tenido la oportunidad de oír bien su voz. Era una maldita suerte que fuera suave, clara, femenina, seductora y sexy como el infierno.

Mierda.

—No, está bien —Nick salió del parquin de Warehouse—. Estoy acostumbrado a conducir por la nieve y llevo neumáticos de agarre. Y si es necesario, también tengo cadenas —Miró con atención los gruesos y perezosos copos que caían sobre el parabrisas—. De todas maneras esta clase de nieve no suele cuajar.

—Pero es tan bonita —murmuró ella, sonriendo. Estaba mirando por la ventana, tan encantada como un niño en Navidad.

—Mmm —A Nick le costaba respirar. Ella sí que era bonita. Tan bonita que casi dolía. Le brillaba la piel como el marfil más pálido bajo las luces de los mandos. Estaba mirando por la ventana y observando la nieve, así que él podía observarla a ella, una vista muchos más bonita que la nieve.

Había muy poco tráfico, pero conducía despacio para poder echarle frecuentes miradas sin empotrarse en una farola. Ella estaba de perfil, un pálido camafeo contra la oscura ventana. La ceja con una curva perfecta, unas pestañas larguísimas, nariz recta con las fosas nasales sutilmente arqueadas, la comisura de su boca se arqueaba hacia arriba con una sonrisa inconsciente. Debía ser su expresión acostumbrada. Sonriente.

Parecía tan bonita e inocente que él no debería tener esta enorme erección. Ella no era para nada su tipo.

No le gustaban bonitas e inocentes. Le gustaban las mujeres experimentadas en la cama y que sabían a lo que iban.

Él había tenido un vida dura y tenía uno de esos trabajos en donde te ponías botas de goma y caminabas entre el lodo, el estiércol y lo peor que podía ofrecer la humanidad.

Había visto de todo, esposas maltratadas, drogadictos y borrachos. Lo más bajo de los bajo fondos.

Y lo más alto de las altas esferas. Respetables hombres de negocios que contrataban a un asesino para librarse de un rival comercial. Damas de la sociedad que ahogaban a sus hijos recién nacidos porque el bebé interfería en su vida social. Jóvenes ricos que golpeaban a sus padres hasta matarlos porque querían una paga más grande.

Sí, había visto todo esto, y duplicado. Lo último que necesitaba era una joven e inocente damita que se quedaría tiesa en la cama y después se aferraría a él.

No, llevaría a la pequeña y bonita señorita Schuyler y la dejaría a salvo en su puerta, le diría buenas noches con mucha educación como el caballero que no era, se iría a casa, dormiría un poco, y luego se largaría a un fin de semana de sexo salvaje. Sí, eso es lo que haría.

La polla no escuchó ni una sola palabra de lo que decía la cabeza. A su polla le importaba una mierda ir a casa o dormir. No quería a Nancy Whosis, la quería a ella, a la princesa, y no aceptaba una negativa como respuesta. Tenía una erección de campeonato, estaba tan duro que podría ir llamando a las puertas con ella. La princesa se movió un poco en su asiento y un ligerísimo soplo de perfume voló hasta él y casi se corrió en los pantalones.

Jesús, ¿qué había sido eso? No se había corrido en los pantalones desde que tenía trece años y Molly Everson se quitó el sujetador detrás del Rexall. Él siempre había tenido mucha resistencia sexual y correrse una vez sólo era calentar los motores. Molly había dejado de sonreír. Pero de eso había pasado mucho tiempo, y habían pasado un montón de mujeres, y la princesa no sólo no se había quitado el sujetador, sino que ni siquiera emitía ninguna señal sexual.

Cualquier otra mujer que deseara algo, ya le habría puesto la mano en el muslo, habría suspirado y cruzado las piernas y le estaría echando significativas miradas. Fingiría que hacía mucho calor en el coche y se desabrocharía algunos botones. Eso es lo que había hecho Nancy hacía dos semanas cuando habían ido a dar una vuelta en coche y ella había acabado haciéndole una mamada.

__________, en cambio, estaba allí sentada, con una pequeña sonrisa en los labios, mirando la nieve, con la capa abrochada hasta el cuello, y las preciosas y esbeltas manos entrelazadas en el regazo. Ninguna clase de invitación, ni una sola.

Pero él se acordaba, y sobre todo se acordaba su polla, de como llenaba el vestido que llevaba. Estaba delgada, casi demasiado, pero curvilínea con unos pechos sorprendentemente llenos. Redondos, henchidos y altos.

Cuando iba detrás de ella abriéndose camino alrededor del Foso había tenido que apretar los puños para no rodearle la diminuta cintura. Él tenía las manos grandes y apostaría a que casi podría abarcarle la cintura con ellas. La sujetaría por allí mientras se arrodillaba entre sus piernas, separándolas, penetrándola. Ella estaría apretada, apostaría cualquier cosa. Apretada y húmeda y…

Oh Dios. Casi gimió en voz alta. Esto era una tortura. ¿Cuánto más podría resistir?

Intentó concentrarse en la nieve que ahora caía con más fuerza y vio por un momento la placa blanca y azul que indicaba la esquina de la calle. Tres manzanas más y podría deshacerse de ella dejándola en la entrada y largarse. Estaba tan duro como una piedra.

No iba a dejar respirar a Nancy en todo el fin de semana, eso seguro. Le daba la impresión que podría follar durante cuarenta y ocho horas seguidas.

Pero no con Nancy.

Jesús, ¿de dónde había salido ese pensamiento? ¿Desde cuándo teniendo al lado a una mujer razonablemente atractiva —y Nancy era más que un poco atractiva— no podía follar?

Tenía que deshacerse de la princesa, ahora mismo, por culpa de ella estaba discutiendo con su propia cabeza.

Aceleró un poco y las ruedas giraron. El universo entero estaba confabulado contra él, pensó, cuando tuvo que desacelerar. Estaba empezando a sudar. Vamos, vamos, tenemos que llegar a su casa, rápido.

Pero el asfalto estaba resbaladizo y tenía que ir asquerosamente despacio.

—Gira aquí a la derecha —dijo ella, escudriñando la calle, e incluso su voz en la oscuridad le excitó. No, ya estaba bastante excitado, la voz era sólo la guinda del pastel.

Pasaron otros diez torturantes minutos antes de detenerse delante de una casa que se parecía a ella, pequeña, encantadora, bien construida y bonita. Jesús, eso de ser un caballero iba a matarlo porque para seguir en el papel tendría que acompañarla hasta la puerta. Con una erección. El abrigo largo hasta las rodillas la cubriría, pero seguía estando allí y era jodidamente doloroso.

Apagó el motor, decidido a seguir con su papel de caballero hasta el final, por primera y última vez en su vida. Eso le llevaría dos minutos, como máximo. La acompañaría hasta la puerta, tal vez se estrechasen las manos, aunque sólo tocar aquella piel suave sería como encender una mecha, luego se iría caminando —caminando con dificultad— con su erección.

Eso es lo que haría.

—Ya hemos llegado —La voz le salió ronca. Carraspeó—. Te acompañaré…

—¿Quieres entrar a tomar un café? —preguntó ella con precipitación, soltando las palabras a toda velocidad. ¿Quieresentraratomaruncafé? Como si lo hubiera estado ensayando.

La princesa se había dado la vuelta, pero no lo miraba a los ojos, le estaba preguntando si quería entrar a tomar un café a su barbilla. Su respiración era algo rápida y la mano que mantenía la capa unida estaba temblando. __________ le estaba invitando a pasar para algo más que un café. Puede que ella aún no se hubiera dado cuenta, pero él sí.

El café era un sinónimo de sexo.

Absolutamente no.

Nada de sexo, no. No con la princesa.

Ella era un problema con P mayúscula que rimaba con ­__(TuInicial), que quería decir __________.

No sería el sexo despreocupo y vigoroso de un par de horas, luego un apretón de manos y adiós, que era todo lo que él buscaba, todo lo que quería de una mujer. Le gustaba el sexo duro, largo y sin complicaciones. No quería sexo con ella. La palabra “complicaciones” estaba escrita por toda aquella maravillosa cara. Nada de sexo con __________ Schuyler.

No, no, no.

Su cabeza lo tenía claro y abrió la boca para decir que no, pero su polla habló primero.

—Sí, me gustaría mucho.
MissMarshmallow
MissMarshmallow


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Midnigth Run (Nick y tu) [HOT] Empty Re: Midnigth Run (Nick y tu) [HOT]

Mensaje por sara_any87 Dom 07 Jul 2013, 11:48 am

NUEVA LECTORA me encantó tu nove de verdad siguela pronto, quiero saber como sigue pliss. 



SIGUELAA PLISS!!!!!!!!
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sara_any87
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Midnigth Run (Nick y tu) [HOT] Empty Re: Midnigth Run (Nick y tu) [HOT]

Mensaje por Pamm Jonas Dom 07 Jul 2013, 12:49 pm

Holaaa nueva lectora!!
Esta muy linda Nick es muy lindo y caballeroso aunque él no lo acepte!
Siguelaa!!
Pamm Jonas
Pamm Jonas


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Midnigth Run (Nick y tu) [HOT] Empty Re: Midnigth Run (Nick y tu) [HOT]

Mensaje por MissMarshmallow Lun 08 Jul 2013, 6:34 pm

Sam, Pamme: gracias por los coments linduritas. Me pueden llamar malvavisco o Nina, como prefieran.
Por cierto señoritas, les dejo el tercer cap, y debo advertirles, que aquí es cuando la cosa comienza a ponerse buena;)


ADVERTENCIA: Contenido HOT!

 
Capítulo 3


¡Vaya!, pensó __________. Lo he hecho.
Estaba muy orgullosa de sí misma. Había estado pensando frenéticamente mientras Nick conducía. Llevarla a casa había sido muy gentil por su parte, él era muy gentil, estaba en su naturaleza.
Era gentil, fuerte y sobre todo sincero. Atractivo y limpio, algo importante. Algunos de los hombres que le habían pedido para bailar podrían haberse dado antes una ducha.
Nick no.
También era ardientemente sexy, con todos aquellos músculos, aquella voz profunda y áspera, aquel comportamiento de tipo duro y, oh Dios, el tatuaje de la serpiente, la guinda del pastel.
Sí, era un leñador con un tatuaje. ¿A quién le importaba? Su padre se quedaría horrorizado, una buena razón más para pedirle a Nick que se acostara con ella.
Acostarte con un hombre que acababas de conocer era un comportamiento arriesgado, lo sabía, pero se sentía segura con Nick, y también sabía que tenía razón al sentirse segura. Confiaba en su instinto. __________ sabía que era joven e inexperta en algunas cosas —sobre todo en el aspecto sexual— pero no en lo que de verdad importaba. Se había enfrentado a la muerte dos veces y había ganado.
Mientras otras jóvenes de su edad observaban a los muchachos cuando paseaban, compraban su primera barra de labios y experimentaban con el sexo, ella había estado conectada a los monitores del corazón, con un dolor constante y luchando por cada soplo de aire que respiraba.
Sabía más que la mayor parte de la gente sobre vida y muerte, peligro y seguridad.
Se conocía bien a sí misma y sabía que no estaba equivocada al desear a ese hombre. Que no estaba equivocada sobre él. No era un maníaco, ni cruel, ni un pervertido. No iba a lastimarla ni hacer que se sintiera sucia. Lo encontraba increíblemente erótico, el primer hombre en su vida que la hacía sentirse así.
Sin ningún lugar a dudas, Nick era el hombre apropiado para este trabajo.
Él estaba en la puerta del coche, abriéndola y tendiéndole la enorme mano antes de que ella hubiera acabado de pensar. Esa era otra cosa que le gustaba de él, su muy anticuado y políticamente incorrecto código de caballería. La había defendido en Warehouse, la había protegido de los empujones y se había asegurado de que llegara a su casa sana y salva.
Así que allá iba.
Ahora que ya se había decidido, la mecánica del asunto —como pasar de estar totalmente vestida en una noche de nieve a desnuda en la cama— era casi un reto abrumador. Eso la preocupó durante todo el trayecto hasta la puerta, trayecto en el que Nick la mantuvo cogida por el codo para que no resbalara en la nieve.
¿Cómo diablos funcionaba esto? ¿Había comprendido él que ella le pedía que le hiciera el amor? ¿O era ella la que tenía que hacer el primer movimiento? Lo más probable es que primero tuviera que hacer el café, ya que se lo había ofrecido, ¿pero después qué? ¿Sacar la conversación sobre hacer el amor y decir algo provocativo?
Eso no parecía propio de ella en absoluto.
¿Levantarse y empezar a desnudarse? De ninguna manera.
Y además, ni siquiera sabía si tenía café. No era muy cafetera y no tenía ni idea de cómo funcionaba la nueva y complicadísima cafetera italiana que Suzanne había instalado.
¿Por qué no había invitado a Nick a tomar té? El té sí sabía hacerlo. Sólo que él no parecía de la clase de hombre al que le gustara el té.
Oh, Dios. Tal vez esto no era una buena idea.
No. Echó una mirada al enorme y atractivo hombre que iba a su lado, sujetándola del brazo con suavidad, ayudándola en los trozos más resbaladizos.
Era una gran idea, una idea fabulosa. Nick Jonas era sin duda alguna el hombre. Grande, fuerte, amable y tan excitante que le costaba respirar cuando estaba a su lado. Lo encontraba muy atractivo. Parecía la clase de hombre que sabría con exactitud qué hacer con una mujer.
¿Cuándo fue la última vez que había conocido a un hombre así? Nunca. Tal vez tendría que esperar otros veinticinco años para conocer a otro Nick Jonas.
No, pensó con renovada determinación. “Las oportunidades hay que agarrarlas al vuelo”. Esta era la frase que solía usar el administrador de su padre, claro que él se refería a deshacerse de las acciones de Microsoft y comprar bonos del tesoro de Eslovenia, no a encontrar a un hombre para acostarse con él, pero el principio era el mismo. Era ahora o nunca.
Tal vez ella no tendría que hacer casi nada si le dejaba tomar la iniciativa.
Tal vez todo sería sencillo y natural. Se besarían e irían al dormitorio y luego, por fin, empezaría su vida como mujer.
Excepto por una cosa.
Ella no sabía besar.
Porque tenía que empezar con un beso, ¿verdad? Seguro que eso era el preludio a hacer el amor, ¿no?
Si metía la pata al principio, ¿cómo iba a pasar a la Fase Dos? Suspendería la prueba del beso, sabía que la suspendería.
Era una vergüenza que no hubiera besado nunca a un hombre, pero no había sido culpa suya. No del todo. ¿O sí? ¿En algún momento, en los últimos diez años, había habido alguien con quien hubiera podido practicar si hubiera estado atenta? No, si lo pensaba bien, su único contacto con hombres había sido con doctores muy poco —poquísimo— atractivos, enfermeros hoscos, los blandengues de La Fundación __________(TuApellido) —la mayor parte de los cuales preferirían besar antes el trasero de un chimpancé que la boca de una mujer— y su anciano padre, que siempre le daba besitos en las mejillas.
Había recibido su buena ración de besitos en la mejilla, pero ningún beso de amor. Beso francés.
O como se le llamara. Cara a cara, entre los brazos de un hombre, con la boca abierta, besos con lengua. La cosa esa de la lengua siempre la había parado un poco porque aunque se suponía que era emocionante y excitante —todos los libros lo decían— sonaba más bien asqueroso. La lengua de alguien en su boca. Puaj. Pero si eso era lo que había que hacer para deshacerse de la virginidad…
¿Cómo funcionaba la cosa? ¿Abrías un poco la boca y la apretabas contra la del hombre?
¿Y cómo se suponía que sabías el momento apropiado? ¿Tú abrías la boca y él fruncía la suya y la cerraba? ¿No sería embarazoso? O tal vez era al revés. ¿Tú la fruncías y él la abría?
Oh, Dios, esto no iba a salir bien, de ningún modo, pensó frenética mientras buscaba las llaves en el bolso. Las manos le temblaban y la mente volaba.
Se le cayó el bolso y casi se echó a llorar allí mismo.
—Lo siento —susurró ella con un sonido ahogado, lanzándole a Nick una horrorizada mirada de disculpas y empezó a agacharse.
—Permíteme —murmuró él. Se inclinó con elegancia, recogió las llaves y como por arte de magia abrió la puerta en un segundo. Otro segundo y ya estaban dentro y ella planeando qué decir a continuación y… la mente se le quedó en blanco.
Completa y totalmente paralizada.
La estaba besando. ¡Besando! Así de fácil.
No hubiera hecho falta que se estrujara el cerebro, ni que hiciera planes ni que se preocupara, porque Nick se había ocupado de todo. Nick había cerrado la puerta, la había envuelto entre sus brazos y había inclinado la cabeza.
Y al parecer, su boca, por su cuenta, supo lo que tenía que hacer. Él le había abierto los labios con un giro de los suyos y con la lengua le acarició la boca, deslizándola dentro y, oh Dios, una descarga eléctrica la atravesó con tanta intensidad que se le cortó el aliento.
Era tan delicioso. ¿Cómo podía habérselo perdido todos aquellos años?
La lengua era un pene. ¿Por qué no lo había comprendido al leer sobre los besos? Una parte del cuerpo del hombre en el cuerpo de la mujer, acariciando rítmicamente. Puro sexo.
¿Funcionaba a la inversa? Ella no tenía pene para meterlo en el cuerpo de él, pero podría… __________ se puso de puntillas para tener un mejor ángulo y le lamió la lengua, metiéndole la suya entre sus labios. ¡Oh cielos, funcionaba! Nick se estremeció, gimió y sus brazos la apretaron con más fuerza.
Estaba siendo bombardeada por sensaciones, todas nuevas, todas electrizantes, increíbles y excitantes. Puro placer explosivo y ardiente.
Un movimiento y el bolso cayó al suelo con un golpe seco y la capa desapareció. Ahora podría levantar los brazos y pasárselos por aquel cuello tan fuerte y ponerse aún más de puntillas… y en ese momento él le puso una mano enorme en el trasero, apretándola contra su ingle, con fuerza. Con mucha fuerza. Dios, estaba duro, duro por todas partes, pero sobre todo allí. Nick volvió a presionar con la mano y a través de las capas de ropa notó el pene. Un pene erecto.
Ella se había pasado toda la vida sin estar del todo segura de que el pene del hombre no fuera sólo un mito, y aquí, en el espacio de una sola tarde había sentido dos. Erectos, por favor. El de Espeluznante y el de Nick.
El pene de Nick no era en absoluto como el de Espeluznante. En primer lugar, era más grande. Mucho, mucho más grande. Y no la aterrorizaba, la excitaba.
Sí, ella, __________ __________(TuApellido), quién según todos debería estar muerta hacía ya años, con los huesos pudriéndose en la frialdad de la tierra, estaba excitada. El calor la inundaba en oleadas líquidas. El calor que se volvía casi incandescente en los pechos y los muslos. Toda ella se quemaba y el cuerpo le vibraba lleno de calor y vida.
Movió las caderas contra él y notó como Nick se ponía aún más grande, y lo sintió estremecerse y gemir dentro de su boca. Las tres cosas al mismo tiempo, y se quedó deslumbrada durante unos segundos al comprender que era ella la que había conseguido esto. Él era muy grande y muy fuerte y aún así ella tenía el poder de hacerlo arder. Hacerlo temblar. Hacer que los latidos de su corazón fueran más deprisa y que su pene se irguiera.
Una oleada de electricidad le recorrió el cuerpo cuando sintió por primera vez el poder de su feminidad. Había hecho bien al aferrarse a la vida con tanta desesperación porque esta —esta— era la esencia de la vida misma.
Y besar, ¿cómo diablos había podido pasar sin besos? Sin esta excitación tan ardiente y dulce. La lengua de un hombre en su boca era la experiencia más intensa que pudiera imaginar. La lengua de Nick era suave, insistente, acariciando la de ella. Y de la misma forma en que sus movimientos habían creado cambios excitantes en el cuerpo de él, esa lengua enredándose en la suya hizo que una oleada de calor le inundara los pechos y originó un revoloteo en sus muslos.
No, un momento… la abrazó con más fuerza, la besó, metió la lengua aún más adentro y ella sintió… ¡sintió un revoloteo en la vagina!
No había ninguna duda y por primera vez en su vida fue consciente de su vagina como una entidad separada. Sintió el revoloteo otra vez y el calor líquido la inundó, como si un pequeño sol hubiera florecido allí de repente. O Dios mío, ¿estaba teniendo un orgasmo? Se le doblaron las rodillas y se habría caído si no estuviera incrustada en el cuerpo fuerte y grande de Nick, sujetada con fuerza entre sus brazos.
Los brazos aflojaron su agarre. No se cayó pero el mundo giró sobre su eje. Él la había levantado y la llevaba a algún sitio. ¿Dónde? No importaba. Sus propios brazos estaban todavía rodeándole el cuello y sintió el juego fascinante de los músculos del hombro cuando la levantó.
Nick separó la boca un segundo, lo bastante lejos para hablar pero lo suficiente cerca para que sentir el cálido aliento sobre ella.
—El dormitorio —dijo él con voz áspera.
—Sí —suspiró ella. Sí, el dormitorio era una idea maravillosa.
Él soltó una especie de gruñido que se pareció mucho a una risa sofocada.
—¿Donde?
Ella le cubrió la cara de besos y le acarició la barbilla con la nariz. Que maravillosas texturas tenía ese hombre. Tenía barba. Iba afeitado pero sentía la aspereza de la barba en la piel cuando le frotó con la mejilla. La piel era áspera hasta la mitad de la mejilla, luego se suavizaba allá donde acababa la barba. Era fascinante la diferencia entre los dos. Lamió aquella línea divisoria y la respiración de él se hizo más rápida. Nick respiró profundamente durante uno o dos segundos.
—¿Dónde? —volvió a preguntar y la palabra rebotó contra su cerebro deslumbrado sin llegar a penetrar.
—¿Dónde qué? —murmuró ella. Dios, el hombre era fascinante. Aspiró con fuerza y olió a jabón y almizcle y el persistente olor a tabaco y otras cosas del Warehouse.
Otra vez, aquel áspero gruñido. ¿Risa?
—¿Donde. Está. El. Dormitorio?
__________ suspiró y lo acarició con la nariz y lo lamió. Las palabras eran simples sonidos dentro de su cabeza. Lo besó con la boca abierta, estaban en una alineación perfecta, con los labios juntos, justo en la posición correcta, como si ella hubiera estado practicando como besar durante al menos cincuenta años.
__________ supo que iba a ser muy buena sexualmente hablando.
Nick apartó la boca y ella se notó los labios húmedos, fríos e hinchados. ¿Por qué no le estaba devolviendo el beso?
—__________ —murmuró él—, cariño, necesito saber dónde está tu dormitorio antes de que choquemos contra la pared. O esto o hacemos el amor en la cocina, o en el baño, o en el armario o aquí mismo en el suelo. Tú eliges. Pero hazlo ahora.
—El dormitorio —suspiró ella y lo besó otra vez. Volvió a hablar sin apartar la boca, levantando la mano derecha de su cuello y señalando—. Allí, segunda puerta a la derecha.
Con aquellas instrucciones no ganaría ningún premio como niña exploradora, pero Nick encontró el camino sin ningún problema. Fue sin un fallo hacia la dirección correcta y en un instante estaban en el dormitorio.
__________ odiaba la oscuridad y siempre dejaba encendidas algunas lamparitas. La de su dormitorio era una flor de broce que sostenía un pequeño globo de una pálida luz amarilla. Era suficiente luz para que Nick pudiera ver entre una neblina dorada, pero no lo suficiente como para estropear la atmósfera.
Nick no le echó ni una mirada a la habitación, aunque allí Suzanne se había superado.
Era bonita y femenina, con floreros llenos de flores frescas y velas de olores. __________ tampoco echó ni una mirada a su alrededor y eso que iba a ser su primera noche en la casa.
¿Cómo iba a mirar una cama con cuatro columnas y un tocador Shaker con cajones cuando podía estar mirando a Nick, que la observaba con tanta pasión en sus ojos dorados que pensó que se derretiría?
La bajó con suavidad, todavía besándola, y le quitó las varillas kabuki del cabello. Se apartó para mirar la cascada de pelo sobre los hombros, introduciendo los dedos entre los mechones.
—La ropa —gruñó y a ella le pareció muy bien, llevaban demasiada. Nick se inclinó para coger los pliegues de su vestido de cachemira de Valentino. Un rápido tirón y volaba sobre su cabeza. Ella empezó a dejar caer los brazos pero él la agarró de las muñecas con una enorme mano y la miró con la respiración entrecortada, una mirada ardiente que la recorrió de arriba a abajo.
__________ sabía lo que él estaba viendo, por lo que lo miró a los ojos, entendiendo lo que pensaba. El veía a alguien delgado tal como estaba de moda, pero con algunas curvas.
Las curvas eran algo nuevo y le habían costado mucho esfuerzo conseguirlas. Una vez había llegado a estar tan delgada que el riñón se le resintió. La pérdida de peso había sido tan grande que dejó de tener la menstruación y le tuvieron que recetar la píldora.
Pero ahora estaba bien; comía como una lima para seguir igual de bien. Más que bien, a juzgar por la expresión de Nick. Bajó la mirada para observarse a sí misma. El vestido tenía un cuello muy amplio así que se había puesto un sujetador sin tirantes y unas bragas de corte muy alto para que no se le marcara la línea de la ropa interior. Negros. Y las medias negras hasta el muslo porque odiaba los pantis.
—Cristo —jadeó él—, estás muy sexy.
¿Su ropa interior que ella había escogido sólo porque ser práctica, resultaba ahora que era… sexy?
Pues al parecer sí. La mirada en los ojos de Nick la hizo sentirse una diosa del sexo. El poder surgió en ella, lo sintió como un hormigueo en las puntas de los dedos cuando se contorsionó mientras Nick la mantenía sujeta con fuerza.
Él había estado estudiando los pechos, dándose cuenta probablemente que los pezones se le habían puesto duros.
Parecía de la clase de hombre que advertiría algo así. Permaneció mucho tiempo con la mirada clavada en su cuerpo, volviendo a alzarla poco a poco hasta que la miró a los ojos otra vez.
Nick le pasó una mano por detrás y le desabrochó el sujetador, deslizó la mano hasta la cadera y se detuvo en el trasero haciendo que los dedos pasaran bajo el elástico de las bragas y tirando hacia abajo hasta que bordearon sus caderas y se deslizaron hasta los tobillos, dejándola sólo con la medias negras y los tacones.
Nick le soltó las manos. Ella se quitó los zapatos, hizo rodar las medias hacia abajo y ya estaba desnuda.
__________ ya había estado desnuda antes delante de un hombre, claro. Los doctores habían visto —y pinchado y estudiado— su cuerpo desnudo cuando había estado débil y demacrada. Pero esta era la primera vez que estaba desnuda ante un hombre que la miraba con fuego en los ojos y un ardiente deseo.
Nick volvió a cogerle las muñecas y se inclinó, pero en vez de besarla en la boca, la beso en —¡oh Dios!— un pecho. Besó y lamió, con su cálida lengua sobre la ardiente piel. Le pasó el brazo libre por la espalda, doblándola hacia atrás. Abrió la boca sobre el pezón y empezó a chupar, con fuerza.
Se quemaba, como si un ardiente alambre fuera directamente desde el pezón hasta lo más profundo de la vagina y la electricidad surgiera de aquel alambre con cada uno de los movimientos de la boca de él.
Nick levantó la cabeza de repente, como si ella hubiera hablado, aunque le sería imposible pronunciar una sola palabra. La tenía bien cogida, en un arco, con las muñecas en una de sus enormes manos y doblada sobre el otro brazo. Debería haberse sentido débil e impotente, atrapada en los brazos de un hombre tan fuerte y poderoso, pero no se sintió así. Se sintió grande y poderosa, y también fuerte.
—La primera vez tendrá que ser rápida, y seguro que también la segunda, pero te juro que en la tercera iré más despacio —Su voz era densa, las palabras estaban mal articuladas y no las entendió.
Pero fuera lo que fuera que hubiera dicho, sólo había una respuesta.
—Vale —dijo suspirando.
En cuestión de segundos __________ estaba acostada en la cama y un Nick desnudo la montaba, separándole las piernas con las rodillas y colocándose con todo su peso sobre ella. __________ ni siquiera había tenido la posibilidad de verle el cuerpo. Él se había quitado la camiseta, los zapatos, los calcetines, los pantalones y los calzoncillos en un movimiento que de tan rápido fue borroso al tiempo que se oyó una especie de crujido cuando sacó algo del bolsillo de los pantalones.
Pero ella podía sentir, y sentirlo fue maravilloso. Un pene pesado y caliente y peludo y musculoso y grueso que le empujó el muslo como una barra de acero caliente.
Todo estaba ocurriendo tan rápido que no tuvo tiempo de poner en orden sus sensaciones, sus sentimientos. Él se dejó caer encima y la acarició entre las piernas durante unos segundos, rozándole los pliegues del sexo. Luego usando el índice y los dedos de en medio para abrirla, encajó la cabeza del pene allí mismo, en su abertura.
Siempre que __________ había pensado en la pérdida de la virginidad —y había pensado mucho en ello— se había imaginado algo más lento. Pero esto por sí mismo tenía una poderosa belleza. Aquel torbellino salvaje la había cogido desprevenida y supo que tenía que sobrellevarlo. Costara lo que costara.
El pene de Nick era muy… grande. Bueno, él era un hombre grande. El cuerpo muy musculoso y las largas extremidades eran parte de su atractivo. Por primera vez se le ocurrió que por supuesto un hombre tan grande como él, de manos y pies enormes, tendría también un pene grande.
Esto iba a doler. Lo sabía, sabía que había una membrana que tenía que romperse y estaba preparada. Al sentir el enorme tamaño de la cabeza protuberante apenas dentro de su entrada, se dio cuenta que esto iba a doler más de lo que había imaginado. Ya empezaba a ser bastante doloroso, sus músculos internos estaba estirados hasta el máximo.
Ningún problema. _______ conocía el dolor, sabía enfrentarse a él y sabía todos los trucos de la mente para hacerle frente. Él empujaba despacio y una parte de la excitación la abandonó cuando sintió la quemazón. Dejó que su mente flotara a gran altura por encima de su cuerpo, distanciándose de lo que pasaba…
El sobresalto del cuerpo de Nick la hizo bajar de nuevo a la tierra. Se apalancó a sí mismo sobre los brazos, haciendo que los bíceps se hincharan, y se quedó con la mirada clavada en ella y con cejas castañas fruncidas en un intenso ceño.
—Eres virgen —dijo él y no era una pregunta.
Oh no. Él no podía echarse atrás ahora, no, no, no.
__________ le rodeó con sus piernas, le bajó la cabeza acercándole la cara a la de ella y lo miró a los ojos con ferocidad.
—Sí, soy virgen, pero no por mucho tiempo. No si haces esto bien.
MissMarshmallow
MissMarshmallow


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Mensaje por jessnt Mar 09 Jul 2013, 4:26 pm

naaaaaa la sigooo !!
jessnt
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Mensaje por As I am Vie 12 Jul 2013, 9:37 pm

hola soy nueva
Me llamo maria jose menllaman majo 
Dios...me encanta 
No pares siguelaaaaa
As I am
As I am


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Mensaje por deni_jb Miér 24 Jul 2013, 8:01 am

Holaaaa. Me llamo Denise (:
Entro cada media hora a ver si hay otro capitulo.
Te suplico que la sigas
deni_jb
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