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Mensaje por uncool. Vie 15 Mar 2013, 9:15 pm

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
-Adaptación con Joe Jonas.
-Terminada.
-Acá tema [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo].
-No comentar.
-Derechos reservados.


Última edición por Lisset. el Mar 11 Jun 2013, 1:59 pm, editado 1 vez
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Mensaje por uncool. Vie 15 Mar 2013, 9:58 pm

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Como directora de una galería de arte de Boston, _____ Rothell ha hecho tratos importantes en el pasado, pero ninguno como aquel. Para poder firmar con el increíblemente atractivo, brillante y exitoso artista Joseph Jonas, para que exhiba sus celebradas esculturas eróticas en una exposición, _____ debe cumplir una curiosa pero absolutamente no negociable demanda...

Debe posar para él desnuda, día tras día, o no firmará. No está dispuesta a retroceder ante un desafío, y ______ acepta. Ardiendo bajo la intensa mirada del hombre más sensual que nunca ha conocido, mirando sus manos trabajar, _____ se siente vulnerable, aunque liberada y totalmente excitada, y desesperada por la satisfacción que solo un maestro como Joseph puede proporcionarle.

De hecho, le suplicaría para que cruzara esa línea. Y cuando lo hace, compasión es lo último que ella desea..
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Mensaje por uncool. Vie 15 Mar 2013, 10:12 pm

Capitulo Uno
{I PARTE}
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
—Estás cerca de tu objetivo.
Asentí, recogí una pierna bajo mi cuerpo e intenté encontrar un punto en la pared beis tras su cabeza en el que concentrarme.
—Sí, cerca.
—¿Y las pesadillas?
—No he tenido ninguna desde marzo —Suspiré y, por fin, busqué la mirada de Demi. —Vale, de acuerdo, he tenido un par —Fruncí el ceño y negué con la cabeza. —Debería haber buscado un terapeuta masculino.
—¿Te resulta más fácil mentirle a un hombre?
Chasqueé la lengua.
—¿Y a qué mujer no? Vamos, ¿cuántas veces le has dicho a un hombre que el tamaño no importa?
Demi frunció los labios un momento y después agitó la cabeza, con sus rizos castaños saltando alrededor mientras lo hacía.
—Esta bien. Pero nos estamos desviando del tema.
—Empezaste tú —Crucé los brazos sobre mi pecho. —Todavía no duermo por la noche, y la única razón por la que no compruebo las puertas y las ventanas es porque me obligo a no hacerlo. Así que, cuando no puedo dormir, me tumbo y me preocupo por no haberme levantado a comprobar las putas ventanas y puertas.
—Él no está en Boston.
—No, no está aquí —Miré la habitación a mi alrededor, fijándome en el elegante mobiliario de cuero antes de acurrucarme en el sillón reclinable en el que estaba. El cuero debería haber hecho que la habitación pareciera más profesional, aunque resultaba relajante y cómodo. Era extraño. Nunca hubiera imaginado que podría sentirme cómoda en la consulta de un terapeuta.
—¿Qué tal tu vida sexual? —Con esa pregunta puso el dedo directamente en la llaga. Pero supongo que me lo merecía.
—Ausente de pollas, pequeñas o grandes —Me miré las manos, encogiéndome de hombros. —No encuentro a ningún hombre que me resulte sexualmente interesante.
—Quieres decir que no encuentras a ningún hombre a quien puedas dominar en la cama, así que ni lo intentas.
Me encogí de hombros y casi me reí al imaginarme vestida de cuero negro, con un látigo en la mano.
—Bueno, esa imagen tiene su atractivo.
—No seas frívola, _____.
Levanté la mirada y me encontré con la suya. Su rostro estaba tan serio como su voz.
—Esta bien, los hombres débiles no me ponen. Y los fuertes... —Contuve el aliento.
—Te asustan.
—No, ya te lo he contado antes, no me dan miedo los hombres, ni el sexo. Me da miedo Jeff King, me asusta de un modo que nunca antes pensé que pudiera llegar a sentir.
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Mensaje por uncool. Vie 15 Mar 2013, 10:14 pm

Capitulo Uno
{II PARTE}

—¿Cómo te hace sentirte ese miedo?
Me levanté y me alejé del sillón reclinable.
—¿Por qué no tienes diván?
Demi se rió. Su risa era fuerte y sonora, y me reconfortaba.
—El diván está bastante pasado de moda. Yo prefiero el reclinable.
Miré el lustroso sillón de cuero reclinable que acababa de dejar.
—El sexo no me asusta.
—Creo que eso es lo que quieres creer.
Odiaba la palabrería psicoanalítica. Frunciendo el ceño, miré por la ventana.
—¿Cuándo te compraste el Jaguar? Me alegro de comprobar que mi dinero se está destinando a una buena causa.
—El mes pasado —Se aclaró la garganta. —Siéntate, ______.
Volví al sillón y me senté.
—Esta tarde tengo una reunión importante.
—Sí, lo mencionaste antes. ¿Esta reunión puede dar un empujón a tu carrera en la galería?
—Eso creo. Si sale bien, la junta de dirección lo tendría difícil para encontrar una razón por la que no renovar mi contrato el año que viene.
—Es importante para ti.
—El éxito es importante para todo el mundo —Tomé aire profundamente; había sonado dura y enfadada. Mis siguientes palabras fueron más propias de mí. —Todavía no he conocido a nadie que disfrute con el fracaso.
—¿Tu jefe todavía es una fuente de estrés para ti?
—Es un hombre frustrado, lo sé. Y entiendo que no quiera perder su puesto en la galería. Pero no importa quién se siente en mi despacho, porque cuando llegue agosto él se habrá ido, de todos modos.
—Estás disfrutando viéndolo sufrir.
Me estremecí, y después sonreí.
—Usa su poder para manipular a las mujeres.
—Su falta de respeto hacia las mujeres te hace querer castigarlo.
Joder, sí, yo quería castigarlo.
—Es posible.
—¿Te recuerda al hombre que le violó?
—No. No se parece en nada a Jeff King. Milton Storey es un tipo mezquino sin capacidad de adaptación. Ha usado su estatus social, y los contactos que obtuvo al casarse, para mantener su puesto en Holman. Pero eso ya no es suficiente y ahora intenta desesperadamente seguir en la cima.
—¿Ha habido algún hombre en tu vida en el que hayas confiado, ______?
—Confiaba en Martin.
—Sí—Demi suspiró. —Pero Martin Colwell está en Nueva York. Él forma parte del pasado. Ya lo sabes.
—Vale, de acuerdo. Hoy en día no me fío de nadie —Levanté la mirada y vi que estaba escribiendo en un cuaderno amarillo. Odiaba cuando haría eso, porque nunca sabía si estaba escribiendo la lista de la compra, o creando un perfil psicológico que acabaría conmigo internada en una institución mental. La alarma que señalaba el fin de la sesión comenzó a sonar. Me levanté rápidamente del sillón.
—Hasta luego.
—_____.
Me senté de nuevo y apreté los dientes.
—De acuerdo.
Lesley extendió la mano, cogió el temporizador de su lugar sobre el escritorio y lo metió en un cajón del mismo.
—Dejando a un lado tus preocupaciones laborales, es importante que continúes haciendo progresos en el modo en el que afrontas tus problemas personales.
—Estoy aquí porque quiero solucionar esos problemas.
—Sí —asintió, e inclinó la cabeza. —Pero cuando empezamos a avanzar, retrocedes.
—Estoy haciendo todo lo que puedo.
—Quiero que pienses en el sexo, _____. Piensa en el sexo y en el lugar que tiene en tu vida. Escribe lo que sería para ti una vida sexual normal. Cuéntame qué te haría disfrutar del sexo antes de la violación. ¿Te gustaba el sexo duro?
Enrojecí por la rabia y la vergüenza.
—¿Cómo iba a desear, o siquiera pensar en desear sexo violento?
—El sexo duro no tiene nada que ver con una violación.
—Ya.
—La lujuria puede hacer que la gente desee cosas que son normales cuando tienen lugar entre adultos, y hay consentimiento.
—Quizá —No quería discutir sobre aquello. Me levanté. —Tengo que irme.
—Haz los deberes.
Asentí.
—Lo haré.
Al entrar en la galería, veinte minutos más tarde, sentí que parte de mi pasado se disipaba. El trabajo que hacía en la galería Holman me llenaba de un modo que nunca había experimentado hasta entonces. No necesitaba un hombre.
En la planta de arriba de la galería encontré a mi ayudante, Jane Tilwell, merodeando cerca de la puerta de mi despacho. Llevaba un traje pantalón de Armani que mostraba una esbelta y atlética figura por la que muchas mujeres habrían matado. Se había cortado su cabello castaño claro, y me gustaba el corte, de punta. Le daba un toque moderno y fresco. Algo que cuadraba, supongo, con la imagen que estaba intentando proyectar. Jane era una de mis compañeras favoritas.
Cuando me uní a la galería Holman, me di cuenta inmediatamente de que Jane Tilwell estaba siendo desperdiciada en su puesto actual, y que debería ser nombrada sub-directora. Esperaba resolver esa situación cuando yo misma fuera nombrada directora. Me ofreció una de sus rápidas y agradables sonrisas.
— ¿Qué pasa? —pregunté, deteniéndome frente a ella y echando un vistazo a mi despacho.
—El señor Storey quiere reunirse contigo antes de la negociación del contrato de Jonas. —Me entregó la carpeta que contenía el contrato de Joseph Jonas.
— ¿Dónde está?—pregunté, y miré mi reloj. Francamente, lo último que me apetecía hacer era charlar con Milton Storey, otra vez, sobre el contrato de Jonas.
—El señor Storey está ya en la sala de juntas —Inclinó la cabeza, señalando nuestra enorme sala de reuniones, que estaba en el ala opuesta del edificio.
La miré de nuevo y agité la cabeza.
—Odio lo bien que te queda ese traje.
—Lo pillé en las rebajas —Sonrió con la petulante expresión de la mujer que se ha ahorrado un montón de dinero, y lo sabe.
— ¿Te compraste un traje de Armani en las rebajas y no me avisaste? —La miré rápidamente. —Eso podría ser causa de despido.
Jane se rió mientras yo entraba en mi despacho, tiraba mi bolso en un cajón del escritorio y cogía mi agenda. La importante reunión, con Joseph Jonas en persona, era mi último punto del día; resultaba curioso que esto no me pusiera de buen humor.
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Mensaje por uncool. Vie 15 Mar 2013, 10:14 pm

Capitulo Uno
{III PARTE}
Mi despacho en la galería de arte era el segundo más grande de la tercera planta, y tenía el aspecto de una pecera. La pared que daba a la zona de trabajo general estaba totalmente hecha de cristal. El arquitecto que había diseñado el edificio había apostado por el cristal, el metal, y un diseño moderno. Yo lo odiaba. Hubiera dado mi mejor bolso Gucci por una pared de verdad.El resto de la habitación estaba pintado de color hueso, y el mobiliario se confundía con él. A primera vista, los visitantes podían pensar que el mobiliario surgía directamente de la alfombra. A mí me resultaba inquietante. La zona de trabajo general no era distinta, con toneladas de cristal y aluminio saliendo de la alfombra gris como si de un jardín de metal se tratase.
Cogí la carpeta que contenía el contrato de Jonas y un bolígrafo. Aplazar la confrontación con Milton no haría que la reunión, o el día, avanzaran más rápidamente. Los hombres y mujeres que trabajaban en la zona central se mantuvieron en silencio cuando dejé mi despacho y crucé la sala. En la galería había gente que me apoyaba, y gente que no lo hacía. Milton Storey había sido el director de la galería durante casi quince años, y la decisión de la junta de darme su puesto había molestado a algunos de los trabajadores. Sabía que en agosto, cuando me convirtiera en directora, seguramente tendría un par de puestos que re-ocupar.
Cuando entré en la sala de reuniones, Milton Storey estaba hablando por su teléfono móvil. Me senté a varias sillas de distancia de él, y dejé caer la carpeta sobre la mesa frente a mí. Sólo llevaba seis meses en la galería, y había pasado esos seis meses reorganizándolo todo para que encajara conmigo. Milton había aceptado la mayoría de esos cambios en silencio, aunque cada vez se mostraba más dispuesto a presentar batalla.
Terminó su llamada bruscamente y se giró hacia mí. Su rostro parecía tranquilo, pero sus ojos le traicionaban, mostrando una irritación y un miedo que quise ignorar, y no pude. Milton Storey se estaba viendo obligado a abandonar un trabajo que adoraba. Finalmente, habló.
—Este contrato con Jonas es un error.
—James Brooks quiere que se contrate a Joseph Jonas. De hecho, ha dejado claro que tiene un interés personal en el éxito de este contrato —Además, había insistido en que perder la cuenta de Jonas podría ser nefasto para mí.
—Entiendo que no es un artista que tú comprarías, pero ambos sabemos que la junta tiene planes para esta galería que no estás dispuesto siquiera a considerar.
—Todavía no tienes mi puesto—Su rostro estaba rojo de rabia, pero fue la frialdad de sus ojos lo que me sorprendió.
—¿Qué es lo que más odias de mí? —contesté. —¿Mi género, mi edad, o que la junta ya no crea que sepas lo que es mejor para esta galería?
—No me gustas tú, señorita Rothell. Tu edad y tu género no tienen nada que ver con ello. —me espetó, y entonces se sentó de nuevo en su silla. Era la primera vez que reconocía que resentimiento especial hacia mí.
—Entré en la galería Holman para llevar a cabo este tipo de proyectos.
—Lo único que estás haciendo es destrozar la galería que yo he tardado años en construir. Has introducido una serie de obras vulgares y profanas que están alejando a nuestra clientela.
—Nuestros beneficios se han doblado en los seis meses en los que yo me he ocupado de las colecciones.
—Dinero ganado con pornografía ligeramente disfrazada.
—Si tienes algún problema con el modo en el que se están haciendo las cosas, habla con la junta.
Observé cómo su rostro enrojecía de rabia, pero no dijo nada. Conseguir mi fracaso y despido había sido el primer punto de su agenda desde el día en el que reemplacé a la joven y francamente poco preparada mujer que tenía en el puesto de sub-directora.
No me preocupaban sus confabulaciones. Sabía lo que quería la junta de dirección, y estaba proporcionándoselo a paladas. Se abrió la puerta, y ambos nos vimos obligados a poner una sonrisa en nuestros rostros mientras Jane hacía pasar a Joseph.
Había pasado tres días preparando mi primera entrevista con Joseph Jonas. Sin embargo, cuando mis ojos se encontraron con aquel hombre por primera vez, supe que no me había preparado lo suficiente. Mi abuela me dijo una vez que los hombres son como el vino. Algunos son amargos y difíciles de tragar, y otros yacen en tu lengua con una dulzura que puede hacer que se te erice la piel.
Me pregunté a qué sabría él.
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Mensaje por uncool. Vie 15 Mar 2013, 10:15 pm

Capitulo Uno
{IV PARTE}
Joseph Jonas, conocido por sus apasionadas y eróticas esculturas, era un sólido y sensual recordatorio de mi cama vacía... y estaba desnudándome con la mirada. Correspondía su desvergonzada inspección con otra.
Piel clara. Ojos penetrantes cafés. Y un fuerte y anguloso rostro que cualquier modelo habría deseado tener. Su cabello estaba cortado al estilo en que se lo cortan la mayor parte de hombres.
Sabía un montón de cosas de Joseph Jonas como artista. Sin embargo, la necesidad de saber más sobre él como hombre salió a la superficie a los pocos segundos de verlo por primera vez. No había duda en el deseo que recorría mi cuerpo. Mi reacción física me sorprendió. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que un hombre había provocado mi interés sexual.
Me levanté de la silla y le ofrecí la mano. Contuve el aliento mientras mis dedos desaparecían entre los suyos. Cálida, encallecida, y fuerte, fueron las primeras cosas que pensé de su mano.
—Es un placer, señor Jonas. Es un honor para Holman que nos tenga como primera opción para su próxima exposición.
Bien, había conseguido balbucear dos frases completas. Aparté mis dedos de los suyos y luché contra la aplastante necesidad de gatear por la mesa de conferencia y subirme a su regazo. Me senté.
Aproveché el instante en el que Milton saludaba a Joseph para recuperar el control. Mis pensamientos se habían visto dispersados por una lujuria pura y sin adulterar.
—Estoy aquí por usted, señorita Rothell. Su reputación la precede.
Noté el calor subiendo por mi rostro, y eso me molestó. El sonrojo no formaba parte de la imagen de mujer moderna e inteligente que había tardado más de dos años en desarrollar. La terapia, las clases de autodefensa y la determinación me habían ayudado a forjar un lugar en el mundo donde me sentía segura, y con el control.
De nuevo sentada observé cómo Joseph Jonas separaba la silla que estaba justamente frente a mí. Era alto, al menos, de un metro ochenta, y tenía la elegancia de un enorme guepardo. Se sentó y se concentró en mí como si yo fuera la única persona en la habitación. Era el tipo de atención masculina de la que habría disfrutado en el pasado, pero ahora hacía que me sintiera incómoda.
Por Dios, aquel hombre era impresionante.
Esperé hasta que se hubo acomodado antes de comenzar a hablar.
—Tengo entendido que tiene veintidós piezas preparadas para la exposición.
—Sí, pero siempre hay veintitrés. Es lo que esperará mi público —Inclinó la cabeza y fijó su mirada en mi rostro. —Necesito a la mujer adecuada para la última pieza.
—La galería le ayudará a encontrar a una modelo dispuesta —Saqué el contrato y lo coloqué frente a mí. La mujer adecuada. Evité fruncir el ceño. ¿Acababa de prometer a aquel guapísimo e increíble hombre que tendría a la mujer adecuada?
—Ya he elegido a la modelo.
«Ya ha encontrado a la mujer adecuada —pensé. —Una chica con suerte».
Tan pronto como descubriera quién era, la iba a odiar con toda mi alma.
—Bien, he hecho los cambios en el contrato que su abogado insistió en que se hicieran, y he incluido los términos que habíamos acordado previamente. Sin embargo, debo admitir que su estipulación de las condiciones fiduciarias ha sido difícil de vender a la junta.
—No me gusta compartir mi trabajo con gente en la que no puedo confiar. Si la exhibición en la galería Holman demuestra ser una experiencia placentera para mí, no tendré necesidad de retirar mi trabajo de sus hábiles manos —Se detuvo, miró mi rostro cuidadosamente, y después me preguntó en voz baja: —¿No tiene curiosidad por saber quién será la mujer que pose para mi?
Me obligué a sostener su mirada, adentrándome en esos ojos castaños rodeados de espesas y oscuras pestañas. Había diversión en ellos, y en la curvatura de sus firmes labios. De nuevo sentí el deseo de saber a qué sabía. Dejé que mi mirada se deslizara sobre los fuertes y angulosos rasgos de su rostro. Aquel hombre parecía un ángel caído. Un ángel caído tremendamente travieso.
Devolviéndole la sonrisa, miré deliberadamente el contrato, antes de hablar.
—La galería se asegurará de que tenga a la modelo que necesite para su última pieza —Empujé el contrato a través de la mesa con el bolígrafo.
Milton Storey gruñó cuando Joseph cogió el bolígrafo y firmó ambas copias con marcados y concienzudos trazos. Empujó el contrato de vuelta hacia mí, pero no levantó sus dedos cuando yo intenté cogerlo.
—La veré a las seis de la tarde.
Levanté la mirada y me encontré con la suya, ignorando la inhalación que había provocado en Milton aquella afirmación.
Abrí la boca, sorprendida.
—¿Disculpe?
—Usted será la modelo de mi último proyecto, señorita Rothell —Se levantó mientras yo firmaba los contratos.
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Mensaje por uncool. Vie 15 Mar 2013, 10:17 pm

Capitulo Uno
{V PARTE}
—¿Sabe dónde está mi estudio?
Asentí, aturdida. Con manos sorprendentemente firmes, le tendí su copia del contrato, y después me senté de nuevo. Incluso me sentí ligeramente orgullosa de haberme acordado de firmar los contratos, y de darle a él una copia. Lo observé mientras doblaba el contrato y lo guardaba en un bolsillo del interior de su chaqueta.
Después de un breve intercambio con Milton, aquel maldito hombre se marchó, dejándome a solas con el contrato.
Intentando no temblar, lo coloqué de nuevo en la carpeta con el nombre de Joseph Jonas en la cubierta, y me levanté.
—Esto debería ser archivado.
Sin molestarme en mirar a Milton dejé la habitación y me apresuré en llegar a mi despacho.
Jane estaba en mi oficina cuando entré. Saltó de mi escritorio y sonrió.
—He contestado todos los emails de tu bandeja de entrada. Tienes cuatro entrevistas mañana antes del almuerzo, y he confirmado los preparativos para el viaje de la señorita Carol Banks. Estará aquí el viernes, como estaba planeado —Caminó hasta colocarse frente a mí, y me miró fijamente. —¿Y bien?
Asentí.
—Ha firmado.
—¡Joder, ____! Eso es genial —Cogió la carpeta de mi entonces paralizada mano. —¿Qué pasa?
Tragué saliva con dificultad, y negué con la cabeza.
—No te lo vas a creer.
—Vamos, suéltalo.
—Joseph Jonas quiere que pose para la última pieza de su colección.
—Oh. Dios mío.
Oh, Dios mío, sí. Aquel maldito hombre había firmado el contrato después de que yo le asegurara que la galería le proporcionaría a la modelo que quisiera. Me había tendido una trampa. Estaba excitada, y asustada. Hubiera sido idiota negar que encontraba a Joseph Jonas demencialmente atractivo.
—______, eso es fantástico.
Me giré y la miré fijamente.
—Dime, Jane, exactamente, ¿qué parte de esto es fantástica?
—¡Venga! Un hombre atrativo quiere desnudarte y esculpirte. ¿Qué demonios podría ser mejor que eso?
Estaba quince kilos por encima de mi peso ideal, y usaba la talla 46. Nunca había sido una de esas mujeres que se obsesionan con las dietas; sin embargo, hubiera preferido ser más delgada. Además, no tenía interés en desnudarme para un artista. Agitando la cabeza, me giré para encontrar a Jane mirándome. Frunció el ceño, caminó hasta la puerta de mi despacho y la cerró.
Se dio la vuelta y me miró con expresión decidida.
—_____, eres una mujer muy hermosa.
—Gracias, Jane —Yo me consideraba atractiva, y no sabía cómo explicar a Jane lo que estaba pensando realmente.
—Tienes una cara adorable, y un bonito cuerpo con curvas —Extendió los brazos para mostrar el esbelto y estilizado cuerpo que yo envidiaba en secreto. —Yo soy casi un chico.
Riéndome, negué con la cabeza y me senté en mi escritorio.
—No te pareces a ningún chico que yo haya visto nunca.
Jane se inclinó sobre mi escritorio.
—Mira, un hombre como Joseph Jonas no comete errores. Quiere esculpirte a ti, _____. No a mí y no a la señorita Johnson Tetas Falsas de ahí afuera.
Miré a través del muro de cristal, a la zona de trabajo donde estaba el escritorio de Sarah Johnson.
—¿Crees que son de mentira?
—¿Es encerio? No pueden ser de verdad —soltó Jane. —Estoy pensando en denunciarla a la EPA.
—¿Por qué?
Jane se encogió de hombros.
—No es posible que siga siendo biodegradable.
Me reí, y miré de nuevo a Sarah; Milton estaba haciéndole la corte en su escritorio. Personalmente lo encontraba tedioso, la mayor parte de las veces, pero era obvio por qué Sarah fingía interés. Creía que podía ayudarla a llegar a alguna parte en el mundo del arte. A pesar de su próxima retirada forzosa de la galería Holman, Milton Storey tenía influencia.
Milton terminó de pavonearse ante el peligro medioambiental, y se dirigió a mi oficina.
—Sera mejor que te marches —dije a Jane, —o tendrá una oportunidad para preguntarte por qué no has salido aún con su hijo.Jane hizo una mueca y se cruzo con Milton justo cuando este entraba en la habitación. El rápido movimiento lo confundió por un momento, y su mirada se movió entre la silueta que salía y yo, varias veces, antes de decidirse por mi cara.
—¿Qué puedo hacer por ti, Milton?
—Acabo de contarle a Sarah lo del trato con Joseph Jonas. Está dispuesta a reemplazarte como modelo —Milton se metió las manos en los bolsillos de sus pantalones, e inclinó la cabeza. —Es más joven y delgada que tú.
«Más joven, más delgada y más plástica». Miré hacia Sarah, y supe exactamente lo que tenía en mente. Se helaría el infierno antes de que yo la dejara desfilar en toda su artificial gloria ante Joseph. No estaba totalmente convencida de posar para él, pero sabía que no permitiría que lo hiciera ella tampoco.
—El señor Jonas ya ha elegido. Le prometí que la galería le proporcionaría la modelo que quisiera —Me eché hacia atrás en el sillón, y observé que Milton se movía con nerviosismo.
Por fin, miró a Sarah y se encogió de hombros.
La señorita Tetas Falsas me miró, y después volvió a su trabajo.
Mi teléfono sonó. Milton salió de mi despacho, dejando la puerta abierta, cosa que odiaba. Mientras cogía el teléfono, Jane se acercó a la puerta y la cerró cuidadosamente. Iba a echarla de menos cuando fuera a prisión por asesinar a Milton.
—Dígame.
—¿Señorita Rothell?
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Mensaje por uncool. Vie 15 Mar 2013, 10:18 pm

Capitulo Uno
{VI PARTE}
Joseph Jonas. Su voz era suave y refinada, aunque despertaba algo salvaje y casi indescriptible en mí. Quería estar enfadada con él por su atrevimiento, pero la verdad era que disfrutaba tanto de su arrogancia que no podía esperar a enredarme de nuevo con él. El hecho de que hubiera llamado tan pronto me hizo pensar que quizá él se sentía Igual
—Señor Jonas, me alegro de que haya llamado. No me ha dado demasiado tiempo para considerar su oferta —Mi saque de apertura fue recibido con un breve silencio.
—No era una oferta.
Miré mi escritorio, suspiré, y después miré a Jane, que estaba en la zona de trabajo. Sostenía un trozo de papel con JOSEPH JONAS ES UN DIOS escrito en él con enormes letras rojas. La miré y giré mi silla para no tener que verla de nuevo, a ella, o a su estúpido letrero.
—Le aseguro que hay montones de mujeres que, de buena gana, se desnudarían y posarían para usted. Pero parece que yo no soy una de ellas —Aquella era una maldita mentira. Bueno, era una mentira a medias. Me resultaba fácil imaginarme desnuda con Joseph Jonas; era lo de posar lo que me dejaba fría. Me concentré en una de mis uñas, y fruncí el ceño al ver la cutícula. Era el ejemplo perfecto de cómo me sentía interiormente: desaliñada.
—Tengo la sensación de que es el momento de que hagas algo distinto —dijo.
—No estoy estancada —le espeté, y entonces fruncí el ceño, dándome cuenta de que no había dicho nada al respecto.
Su silencio no era cómodo. Casi podía oír la maquinaria girando en su cabeza mientras consideraba lo que mi respuesta le había revelado. Cerrando los ojos, esperé a que dijera algo. Cualquier cosa.
—No llegues tarde, _______.
Colgó. Crucé las piernas, e intenté ignorar la humedad en mis medias, y la sutil vibración en mi clítoris. La rabia y el deseo se retorcían en mi cuerpo, y no tener un modo de canalizar ninguna de estas cosas me hacía sentirme frustrada, y profundamente contusa. Ni siquiera podía recordar la última vez que habla conocido a un hombre que estimulara mi cuerpo como lo hacía Joseph Jonas.
Giré mi silla y miré a Jane, que estaba fingiendo que trabajaba en el ordenador. Eché un vistazo a mi propio monitor y me di cuente de que mi programa de mensajería instantánea estaba parpadeando. Hice clic en la ventana, y vi un mensaje de Jane.
«Sólo una idiota rechazaría la oportunidad de pasar el verano DESNUDA con Joseph Jonas».
«Vete a la mierda», contesté, y después cerré el programa.
Observé cómo se reía Jane un momento, y después giré de nuevo mi silla para mirar por la ventana. Ella tenía razón. Joseph era un hombre atractivo y con talento, y las mujeres viajaban miles de kilómetros para posar para él. Debería sentirme orgullosa de que me quisiera en su estudio. Era un gran artista, y sabía dar forma a una mujer. Aun así, su deseo de capturar mi alma me intranquilizaba.
Exponerme a un hombre como Joseph era un paso mucho mayor que cualquier cosa en la que mi terapeuta y yo hubiéramos trabajado. No soportaba sentirme vulnerable. Había intentado con todas mis fuerzas dejar atrás mi experiencia en Nueva York, pero eso no significaba que estuviera preparada para exponerme.
A pesar de todos esos miedos y de la rabia que sentía por que Joseph me hubiera ganado, me había quedado con una fina capa de excitación que hervía bajo mi piel. Casi podía sentir sus manos moviéndose sobre mi cuerpo, la presión de su cuerpo contra el mío y la rotunda punta de su po.lla abriéndose camino en mi interior.
Bajé la cabeza hasta mi escritorio.
—Qué puta pesadilla.
Después del trabajo, corrí a esconderme en mi apartamento. Llevaba dos años viviendo en Boston, y había utilizado ese tiempo para crear un espacio que era único, y solo mío. El apartamento tenía cuatro habitaciones, Incluyendo la cocina y el enorme baño. Mis muebles eran modernos sin ser incómodos, y había usado un color crema en cada habitación. Podría admitirme a mí misma que mi apartamento era mi santuario lejos del mundo. Había aprendido, por las malas, lo cruel que puede ser la vida.
Me quité los zapatos y los dejé junto a la puerta. Después de echarle un vistazo a la correspondencia y tirar la publicidad a la basura, llevé el resto a la mesa de la cocina y me senté. El primer sobre era de Nueva York, y tenía la dirección de mi ex-novio Martin en el remite. Mi relación con Martin había sido una de las pocas de mi vida que se había convertido en amistad cuando el sexo se terminó. Parecía una invitación de boda. Lo era. Fruncí el ceño mientras leía los detalles, y luego la tiré sobre la mesa. Sabía que no podía ir. Volver a Nueva York, aunque fuera para la boda de un amigo, era completamente imposible para mí.
La invitación de boda me había incomodado, y sabía por qué. Era egoísta y terriblemente cruel, pero me dolía que Martin hubiera encontrado a alguien con quien compartir su vida. Aunque sin duda se lo merecía. Martin era el mejor hombre que había conocido. Una parte muy egoísta de mí esperaba que siguiera bebiendo los vientos por mí. Enfadada conmigo misma, me froté la cara.
Me levanté, me hice un sándwich y volví a la mesa. Entonces abrí el resto de correo, hasta que solo me quedó un enorme sobre del museo para el que había trabajado en Nueva York. Temerosa, lo abrí y esparcí el contenido sobre la mesa. No recordaba haberme inscrito en la lista de correo del museo con la dirección de mi casa, pero debía de haberlo hecho. Había sido un error estúpido. Los brillantes folletos publicitarios se deslizaron uno sobre otro cuando cogí un comunicado de prensa con una foto de Jeff King en él. Había sido ascendido, y ahora tenía el puesto que yo había dejado hacía más de dos años.
Dios, lo odiaba, Me pregunté si llegaría el día en el que podría mirar su rostro y no sentir sus manos destrozándome las entrañas. Casi podía oler su colonia. Me enfurecía que simplemente su fotografía tuviera el poder de invadirme y herirme.
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Mensaje por uncool. Vie 15 Mar 2013, 10:20 pm

Capitulo Uno
{VII PARTE}
El teléfono sonó mientras masticaba el resto de mi sándwich. Salté sobre él inmediatamente, aliviada.
—¿Diga?
—Hola. ¿Qué te vas a poner esta noche para ir a ver a Jonas? ¿Vas a ponerte la ropa interior a juego? Ponte el perfume que compramos en el centro comercial la semana pasada, el que lleva el nombre de aquella cantante —Jane hizo una breve pausa. —Oye, ¿estás ahí?
—Sí. Voy a ponerme el vestido azul, y tengo planeado ponerme ropa interior a juego, y nada de perfume.
—Oh, ¡venga, _____!
—Jane, no tengo intención de seducir o provocar a Joseph Jonas —Miré la cocina y el correo que había dejado sobre la mesa.
—Si no echas un polvo pronto voy a tener que renovar mi suscripción del Penthouse Forum.
Me reí, divertida por su tono malhumorado.
—¿Por qué no sales tú, y echas un polvo? Joder, echa otro por mí, ya puestos.
Jane resopló y después suspiró profundamente.
—Los tíos dan asco, ____. Debería empezar a ir a los bares gay, e intentar encontrar un amigo gay y una amante lesbiana. Entonces podría fingir que estoy en una serie de televisión, y no volvería a preocuparme por la aburrida vida real.
Me incliné sobre la encimera.
—Tú y yo sabemos que no vas a olvidarte de los hombres. Sin embargo, una noche salvaje con una mujer ampliaría tus horizontes.
Se rió, y casi pude verla encogiéndose de hombros. A pesar de su bravuconería y encanto, Jane era bastante dócil, y dudaba que se permitiera estar con otra mujer. Charlamos durante algunos minutos más, me recordó de nuevo que me pusiera perfume, y entonces terminamos la llamada. Apreciaba a Jane. Las amigas siempre habían sido una excepción en mi vida, pero eso no significaba que fuera a ducharme en colonia.
Dejé el teléfono de nuevo en su base y me acerqué a la mesa. El atractivo y cruel rostro de Jeff King me devolvió la mirada. Haciendo una mueca, cogí la foto y la rasgué por la mitad. No significaba nada para mí. Tenía que creer eso. Lo había dejado atrás... a él, y a aquella vida.
A las cuatro y media de la tarde, me obligué a meterme en la ducha. Debajo del agua fría de la ducha de masaje, intenté, en vano, aclarar mi mente. La verdad era que, teniendo en cuenta lo fascinante y atractivo que era Joseph Jonas, yo sabía que era demasiado peligroso involucrarme con él. No era el tipo de peligro que marca y daña, sino la clase de peligro que hace que la sangre hierva y la carne se caliente por la impaciente pasión.
Me apoyé en la pared de azulejos de mi placa de ducha, y cogí la alcachofa de su soporte. Aclaré el jabón de mi cuerpo despreocupadamente, y después deslicé el vibrante chorro entre mis piernas. El agua fría se abalanzó contra el calor de mi sexo, haciendo que mi clítoris latiera con el dulce dolor de la excitación sexual. Con el pulgar, cambié los ajustes de la ducha y presioné con mayor firmeza contra mis labios. El agua golpeó mi clítoris de nuevo mientras movía lentamente la ducha alrededor.
¿Sería Joseph el tipo de hombre que disfrutaba del placer de una mujer tanto como del suyo propio? ¿Se moverían sus manos sobre la piel con conocimiento y habilidad? Me presioné contra la pared, con toda mi fuerza, y dirigí de nuevo el agua hacia mi clítoris. Me imaginé una lengua moviéndose sobre mí, lamiendo mi sexo, y después subiendo para acariciar y rozar mi clítoris. El peligroso y estimulador placer del roce de los dientes, y después los firmes labios succionando.
Cerré los ojos. Tensé las piernas. Me corrí. El orgasmo azotó mi clítoris. Mis entrañas se tensaron en respuesta. El interior de mi vientre discordaba con la respuesta de mi cuerpo al incesante flujo de agua. ¿Había pasado tanto tiempo desde que un hombre me había llenado? Quería un hombre, y no era tan tonta como para creer que valdría cualquiera. Quería a Joseph. Sintiéndome momentáneamente débil, volvía colocar la ducha en el soporte, y respiré profundamente.La urgencia había desaparecido. La ardiente lujuria que había estado conteniendo desde que puse los ojos en Joseph Jonas se había disipado, pero me pregunté cuánto duraría ese estado. Tenía la sensación de que la masturbación no sería un sustituto permanente para Joseph.
Cuando el teléfono sonó estaba a medio vestir. Para cuando llegué hasta él, el contestador automático ya había saltado. Me detuve y esperé hasta que mi versión electrónica dijo a quien llamaba que no estaba disponible. Sonó el pitido, y lo único que oí fue silencio. Después colgaron con un suave clic. Tomé aliento, irritada ante el temor que me había sobrecogido.
Aunque habían pasado casi catorce meses desde la última vez que Jeff me había llamado, lo primero que pensaba siempre que tenía una llamada en el contestador era que había sido él. Cogí el teléfono y comprobé la identificación de la llamada. Era un "número desconocido". Colgué el teléfono y me quedé allí de pie unos segundos, luchando contra la paranoia y el auto-desprecio. Me odiaba por permitir que Jeff King tuviera un lugar en mi mente. Finalmente, volví a mi habitación para terminar de vestirme.
Cuando me aburrí de dar vueltas, cogí mi bolso y las llaves.
No quería llegar tarde; eso permitiría que Joseph llevara la delantera.
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Mensaje por uncool. Vie 15 Mar 2013, 10:28 pm

Capitulo Dos
{I PARTE}
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Estaba sentada en el coche frente a su estudio, un edificio de ladrillo en el centro de Boston. Tenía los dedos aferrados con fuerza al volante. Bajé la cabeza y, tras regodearme en la autocompasión durante un par de minutos, solté el volante y cogí mi bolso. Me arrastré fuera del coche, anhelando que mi disgusto fuera obvio.
El estudio de Joseph Jonas ocupaba toda la segunda planta del edificio de tres pisos. La última planta era su apartamento, aunque se rumoreaba que apenas un par de personas habían conseguido una invitación para entrar en su espacio personal. No conocía a nadie que hubiera logrado estar tan cerca del elusivo señor Jonas. La primera planta albergaba una exposición permanente, y una pequeña galería que era de las más famosas de la zona.
Abrí la puerta y entré.
Joseph estaba hablando con una cliente frente a una enorme escultura de roble representando dos figuras femeninas. La pose era íntima y sensual, de un modo que hacía que mi estómago se tensara. La cliente estaba pasando las manos por la suave y seductora escultura de madera como si no pudiera evitar hacerlo. Sabía que no se marcharía sin adquirirla; sólo verla acariciar la escultura hacía que yo misma quisiera comprarla. Avergonzada, me recordé el agujero que había dejado en mis ahorros la compra de uno de sus trabajos unos seis meses antes, en una subasta.
La fascinación de la mujer hacia aquella pieza me incomodaba, y me giré para echar un vistazo al resto de la galería. Una gigantesca escultura de piedra dominaba el espacio; estaba marcada como VENDIDA. Las líneas de la figura femenina eran suaves y apasionadas. Me pregunté a quién habría usado Joseph como modelo para aquel trabajo, y si ella seguía aún en su vida.
Escuché un murmullo de voces y pasos en el suelo de madera, y después el tintineo de las diminutas campanas sobre la puerta, indicando que la cliente se había marchado. Miré a Joseph y vi cómo cerraba la puerta, y las persianas. Estábamos solos.
—Pareces preocupada, _____.
Me aclaré la garganta.
—Señor Jonas, me gustaría hablar con usted sobre la posibilidad de proporcionarle otra modelo.
—Solo tú puedes serlo.
Caminó hasta la escalera y desenganchó la cadena que sostenía la señal de PRIVADO. La cadena golpeó la pared brevemente, pero resonó de forma inquietante a través de la galería vacía.
—Mi estudio está subiendo las escaleras.
—¿Por qué yo?
—Quizá porque eres impresionantemente bella.
—Quizá eso no sea suficiente —Me quedé quieta, conteniendo la necesidad de pasarme los dedos por el cabello. Odiaba ponerme nerviosa.
—Tú me inspiras.
Bueno, ¿qué demonios podía decir después de eso? Yo lo inspiraba, y una sensación de mareo y delicia femenina me atravesó, golpeó mi ego y presionó mis labios. Me había dejado sin palabras, y sabía que eso era exactamente lo que Joseph pretendía.
¿Qué quería de mí? Luchando contra la necesidad de salir corriendo de allí, pasé junto a él y subí las escaleras. Joseph Jonas parecía demasiado para mí. Yo había abandonado todo deseo previo de desafiarlo. En su estudio, sobre una lona, había un bloque de alabastro de gran tamaño. Frente al alabastro había una plataforma baja cubierta con otro trozo de lona. Me giré hacia las escaleras, y lo miré. Estaba en el último peldaño, mirándome.
—¿Empezamos?
¿Yo había preguntado eso, de verdad?
Sonrió ante mi pregunta, divertido, supongo que por la voz de pito con la que las palabras habían salido de mi boca.
—Sí, creo que deberíamos.
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Mensaje por uncool. Vie 15 Mar 2013, 10:29 pm

Capitulo Dos
{II PARTE}
Tragué saliva e intenté ignorar el modo en el que su oscura mirada se deslizaba sobre mi cuerpo.
Me acerqué a la plataforma, desde donde miré el gran trozo de piedra que descansaba junto a ella.
—Generalmente no usas alabastro.
—Pocas de las modelos que han posado para mí encajan en ese medio —Admitió Joseph mientras cerraba la puerta, encerrándonos en el interior.
—Entiendo.
Señaló un biombo que había en una esquina.
—Encontrarás una bata tras el biombo. Ponte solo esa bata.
Asentí y caminé hacia el biombo. «Solo esa bata».
La bata era de seda azul oscuro y olía a suavizante. Me quité la ropa con manos temblorosas y me la puse. La seda estaba fría y cayó sobre mi suavemente. Hice un doble nudo en el cinturón (mi nudo de seguridad), y finalmente me aventuré a salir de la protección del biombo.
Vi que ahora había un cojín de algodón sobre la plataforma. Era lo suficientemente grande para que pudiera tenderme sobre él.
Joseph me miró, y su mirada se movió desde mis pies hacia arriba, hasta que se encontró con mi rostro. Su boca se curvó en una pequeña sonrisa.
—¿Disfrutas poniendo nerviosas a las mujeres? —le pregunté.
Levantó una ceja.
—¿Te pongo nerviosa?
Mirándolo, caminé hasta la plataforma, echando chispas. Joseph sabía exactamente lo que me estaba haciendo.
—¿Cómo te gustaría que me pusiera?
—Me gustaría que te tumbaras boca arriba y que gritaras mi nombre, pero por ahora trabajaremos en la posición para la pieza.
«Boca arriba, gritando su nombre». Tragué saliva y di un paso atrás.
Era la primera vez que Joseph expresaba su interés sexual en mí y, debido a lo interesada que yo empezaba a sentirme por él en ese aspecto, su afirmación me sorprendió. La chocante admisión verbal de nuestra obviamente mutua atracción me había despojado de mi nerviosismo anterior, y había introducido una nueva tensión. Aquel hombre ya no era solo un hombre que quería que posara desnuda para él.
Joseph Jonas, ahora, era un hombre que quería desnudarme con propósitos sexuales. Unos propósitos de los que yo habría disfrutado, bajo otras circunstancias. Pero no en aquella situación, yo no tenía el control.
Jugueteé con el cinturón de la bata, con dedos temblorosos. El doble nudo no era suficiente.
—No puedo.
Levanté la mirada y miré su rostro. Estaba observándome, confuso.
—¿Me tienes miedo?
La pregunta, hecha con tanta dulzura, fue como una cuchilla sobre mi piel. Es difícil comprender cómo es posible que las palabras puedan traspasarte tan profundamente, y tan rápido. No le tenía miedo, al menos no físicamente. Sin embargo, emocionalmente, él representaba un mundo de sensualidad y placer que me había estado negando durante mucho tiempo.
Joseph Jonas era todo lo que había buscado siempre en un hombre: fuerte, inteligente, arrogante, con talento y tremendamente atractivo. Su elegancia física me ponía nerviosa. Aquel era un hombre que conocía su propio cuerpo y que, además, sabía exactamente cómo usarlo para su propio beneficio. ¿Resultaría ser aquella elegancia y su aparente atención a los detalles más de lo que yo podría soportar? Es decir, si consiguiera encontrar el coraje para seducirlo.
Me aclaré la garganta.
—Éste no es el tipo de relación que tengo normalmente con los artistas.
—Soy consciente de ello.
—Me gustaría decirte que no, y marcharme —Aparté la mirada, enfadada conmigo misma por dejarle saber lo incómoda que me sentía.
—Entonces, ¿por qué no me dices que no, y te marchas?
Me sonrojé y miré la plataforma.
—Perder tu contrato me dañaría profesionalmente.
—¿Y crees que debería sentirme culpable por haberte metido en una situación que encuentras incómoda? —Cruzó los brazos sobre su pecho y me miró fijamente.
—¿No te sientes culpable? —Levanté una ceja al preguntarle, y no me sorprendió que apartara la mirada. —No pareces el tipo de hombre que normalmente tiene que recurrir a este tipo de cosas para ganarse el tiempo o la atención de una mujer.
—No, podríamos decir que las mujeres se me dan bien.
—Entonces, ¿por qué no me preguntaste? ¿Viniste a Holman sabiendo que querías que posara para ti? —Su expresión lo decía todo. Joseph no era un hombre acostumbrado a tener que dar explicaciones.
—Acudí a Holman para mi exposición por ti. Tú eras mi objetivo, ____. Valoro las piezas que creo. Así que, por supuesto, quiero que se muestren en la mejor galería posible, pero podría haberlo hecho en cualquier otra galería de la ciudad.
—¿Por qué no me preguntaste? —demandé de nuevo, más furiosa que antes por su maniobra de prepotencia.
—Porque me habrías dicho que no.
—Así que forzaste una situación en la que no podría rechazarte —Me giré y me alejé de la plataforma. —¿No crees que esto hace que la situación dé un giro?
—Quizá. Pero no dejo que mis escrúpulos morales se interpongan en el camino para conseguir lo que quiero.
Estaba segura de eso. Alejándome más de él, me detuve frente a una estantería casi vacía que había junto a una de las paredes. Un sencillo trozo de terciopelo, en una de las baldas, sostenía ocho mujeres en miniatura. Cada una era única y estaba bellamente tallada.
—¿Qué es esto?
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Mensaje por uncool. Vie 15 Mar 2013, 10:31 pm

Capitulo Dos
{III PARTE}
—Forman parte de un proyecto en el que estoy trabajando para mi abuelo.
Lo miré un momento, y dejé que mi mirada volviera a las figuras mientras él se aproximaba.
—Son preciosas.
—Gracias —Cogió la primera pieza, tallada en palo de rosa. —Ésta es mi abuela, Lian. Llegó a Estados Unidos solo con un hatillo de ropa a su espalda, y una niña. Había escapado de China en un momento en el que parecía imposible. Una vez aquí, trató de encontrar al padre de su hija
—¿A tu abuelo?
—No. Mi tía Jia es totalmente china —Cogió otra talla. —Ésta es ella. Es médico en Nueva York. Cuando mi abuela se dio cuenta de que nunca encontraría a su amante, aceptó un trabajo en un supermercado de Chinatown. Mi abuelo la encontró allí y, según dice, inmediatamente sintió un deseo irrefrenable por ella. Ese deseo se convirtió rápidamente en amor. Le prometió el mundo, y aceptó a su hija de dos años como si fuera suya. No han pasado ni una sola noche separados, durante todo su matrimonio. Su relación no fue fácil. Tuvieron problemas, pero se las arreglaron para sobrevivir. Tuvieron tres hijos y una hija —Rozó la tercera figura femenina con un dedo dubitativo. —Mi madre, Denise, era su hija. Las otras mujeres son las esposas de mis tíos.
—¿No tuvieron nietas?
—Todos fuimos chicos —se rió suavemente. —Aunque el abuelo espera que algún día yo tenga una hija. Tiene ciento dos años y, como puedes imaginar, está impaciente por que cubra esa demanda.
—¿Cuándo piensas entregarle las figuras?
—La próxima vez que vaya a Nueva York —Se aclaró la garganta. —Deberíamos empezar a trabajar.
Pasé junto a él y caminé hasta la plataforma.
—No estoy segura de poder hacer esto.
—No te voy a hacer daño.
—Todos los hombres dicen eso —Me obligué a quedarme quieta mientras caminaba hacia mí. Se detuvo cuando estaba a punto de tocarme.
—Yo no soy como el resto de hombres de tu vida.
—Ya lo sé —No era como nadie que hubiera conocido antes. Tomé aire profundamente.— ¿Cuánto tardaremos?
—Las primeras dos sesiones serán de unas dos horas.
Dos horas. Ciento veinte minutos desnuda con un hombre al que no conocía. Tomé aire, y me obligué a mirarlo a la cara. Me pregunte si Joseph pensaría que estaba loca. Jabón y un ligero toque de aftershave acariciaron mis sentidos.
Su aroma era masculino, pero había algo más. Después de un momento, lo localicé. Olía a madera de sándalo y a almizcle egipcio. Me humedecí el labio superior. Tomando mi mano, me guió cuidadosamente hacia la plataforma y me ayudó a subir a ella. Sus dedos se libraron rápidamente de mi nudo de seguridad. Abrió la bata y la dejó caer por mis hombros.
—Confía en mí.
—¿Qué tipo de confianza puede garantizarme un extraño?
—Confía en que llevo creando belleza toda mi vida, y en que nunca, en mis treinta y dos años, he pensado en destruirla—Se aclaró la garganta, sin que su mirada se apartara jamás de la mía. —Cuando era pequeño, mi padre coleccionaba mariposas. Cuando cumplí ocho años me dio la colección que había tardado años en reunir. Me sentí devastado ante toda aquella belleza sin vida. Como puedes imaginar, mi padre no sabía qué hacer conmigo.
—Sí, me lo imagino —Tomé aliento cuando sonrió con dulzura,
—No puedo comprender cómo puede alguien admirar la belleza, y luego destruirla en un intento de mantenerla consigo. Al final, enterramos aquella colección de mariposas en un pequeño funeral en el patio trasero.
—Yo crecí en un edificio de apartamentos de Nueva York —Tragué saliva, y mantuve mis ojos en su rostro. Apenas podía creer que Joseph no hubiera bajado la mirada ni siquiera por un momento.
Dejé caer la bata, y un escalofrío corrió por mi espalda mientras la seda bajaba por mi hiper-sensibilizada piel hasta caer totalmente. Estaba expuesta… vulnerable. Me asustaba poder complacerlo. Me asustaba no poder hacerlo.
Habían pasado dos años desde la última vez que había estado desnuda frente a un hombre. Desnudarse para alguien era algo íntimo, mucho más íntimo de lo que yo me había permitido en mucho tiempo. En alguna parte del camino le había dado a Joseph la confianza que me pedía.
Expuesta y preocupada, vi cómo retrocedía un par de pasos. Permanecí inmóvil mientras la mirada de Joseph dejaba mi rostro, y vagaba lentamente sobre mis pechos, y después más abajo. Inhaló bruscamente, contuvo el aliento, y después lo liberó como si se hubiera olvidado de cómo respirar. Su reacción me ayudó a dejar escapar parte de la tensión que había estado enroscándose en mi interior. Nadie puede permanecer impasible ante la admiración de alguien.
—Túmbate —dijo amablemente.
—¿De lado? —pregunté, deseando que mis entrañas dejaran de temblar.
Asintió en silencio, sostuvo mi mano hasta que estuve de rodillas, y entonces me liberó. Encontré su mirada y no vi nada excepto aprobación. Dios, aquel hombre era increíble, y su aprobación significaba más para mí de lo que había esperado. Retrocedió un par de pasos y se detuvo para mirarme. Sus ojos se movieron desde mis pies hasta mis piernas, después hasta mis pechos, y, finalmente, hasta mi rostro.
—Preciosa —Se giró y cruzó la habitación para coger algo. Volvió hasta mí con un trozo de seda roja y la sostuvo frente a él, viéndola a ella, y a mí. Joseph se detuvo, y entonces agitó la cabeza y se alejó de nuevo. Esta vez trajo un pequeño cojín, que coloco bajo mi cabeza.

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Mensaje por uncool. Vie 15 Mar 2013, 10:32 pm

Capitulo Dos
{IV PARTE}
Sus dedos se movieron por mi cabello, extendiéndolo sobre el pequeño cojín. Entonces colocó la seda, cuidadosamente, sobre mi pecho. Mis pezones se irguieron inmediatamente, estimulados por el roce del suave material. Sus suaves dedos rozaron mi hombro mientras el material se deslizaba bajo mi brazo y caía a mi espalda. La seda, acariciando y cayendo por mi espalda, envío una oleada de conciencia y excitación por mi espina dorsal. Aparté la mirada mientras Joseph se arrodillaba en la plataforma frente a mí.
Intentando mantenerme inmóvil mientras sus manos se movían sobre la línea de mi cadera, me concentré en el aún intacto bloque de alabastro. Él movió su mano hasta mi muslo; empujó mi pierna izquierda hacia delante, y deslizó la seda entre mis muslos para cubrir mi sexo. Luché contra la necesidad de moverme hacia él, de animarlo a que siguiera tocándome. ¿Me deseaba él del mismo modo en el que yo lo deseaba?
La seda, fría al principio sobre mi piel, se calentó con mi roce. Me sentí enrojecer, e intenté pensar en algo horrible para evitar que mi cuerpo respondiera a una atracción que Joseph parecía no tener interés en explorar en ese momento. Su roce había sido tan impersonal que me sentía desamparada. Era difícil recordar que no estaba en una situación personal íntima. Y para él, aquello era trabajo.
Cerré los ojos un momento mientras Joseph llevaba la seda de nuevo sobre mi muslo, cubriendo mis 'partes íntimas', pero dejándome en un estado de desnudez que era increíblemente estimulante.
—No sabía que cubrías a tus modelos.
Me miró a los ojos y asintió.
—Es una pena cubrirte. Pero cuando te vi por primera vez, fue lo que pensé —Bajó de la plataforma. —¿Estás cómoda?
Sorprendentemente, lo estaba.
—Sí.
Me dejó y volvió con un enorme cuaderno de dibujo. Se sentó en el suelo a medio metro de distancia de la plataforma.
—¿Qué estás haciendo?
—Voy a pasar un par de sesiones dibujándote. Una vez que elija la pose final, comenzaré a trabajar la piedra. Los esbozos me permitirán trabajar en la obra cuando tú no estés aquí.
No tenía nada que hacer, excepto observarlo. Y eso era suficiente.
Joseph tenía unas poderosas y cuidadosas manos. Manos que se deslizarían, y dedos que se moverían sobre la piel, brindando calidez y placer. ¿Sería un amante cariñoso, o tomaría a la mujer bajo él y la devoraría con ansia? Casi podía sentir su cuerpo, fuerte y grácil, moviéndose contra el mío, entre mis piernas, y en mi interior. Mi vientre se tensó contra la nada, y me mordí el labio inferior un momento para evitar gemir.
Me concentré en su rostro de nuevo. Era perfecto... la línea de su mandíbula era fuerte, clásica. Angular y masculina, de un modo que me hacía desear tocarla. Tenía un cuerpo fantástico, definido y musculoso, pero no demasiado. Era un artista que se expresaba en un medio físico, así que era de esperar.
Cuando estaba en la universidad salí una vez con un hombre negro, pero no había comparación. La diferencia era abrumadora. Mis recuerdos de Brian eran un frenesí de uniones físicas que me dejaban dolorida, y pidiendo más. Brian me había enseñado muchas cosas sobre mí misma, y sobre cómo complacer a un hombre.
Pero Joseph no era un universitario. Intenso y apasionado, era el tipo de hombre al que la mayoría de las mujeres no se pueden resistir, al menos en algunos aspectos. Todas sus obras de arte, incluso las más pequeñas de su galería eran sensuales, y estaban llenas de voluptuosidad. Yo admiraba su trabajo desde hacía años, y ahora estaba esculpiéndome a mí. Si alguien me hubiera dicho que conocería y posaría para Joseph Jonas el mismo día, me hubiera reído.
El silencio de la habitación era sorprendentemente reconfortante. Era extraño, porque yo adoraba el ruido, y generalmente tenía la radio o la televisión encendida cuando estaba en casa. ¿Por qué el silencio era más fácil de soportar con él?
—¿Tomarás fotografías?
—No —Levantó la mirada y se encontró con la mía. —Nunca fotografío a mis modelos.
Aquello era un alivio. Tener dibujos míos era una cosa, pero fotografías en color era otra. ¿Qué mujer normal querría que su trasero quedara inmortalizado en color?
Me estremecí ante el pensamiento de la cámara. Durante la terapia habíamos hablado de las fotografías que me habían tomado durante el examen médico en el hospital, después de la violación. Aún podía recordar el débil clic de la cámara, y el flash iluminándose. A pesar de mis esfuerzos para no reaccionar, Joseph lo había notado y había dejado el cuaderno.
—¿Estás bien?
—Sí.
Se echó hacia atrás, apoyándose sobre sus manos, y me miró.
—Pareces disgustada.
—Estaba pensando en algo desagradable —Dejé caer mi mirada en el trozo de suelo que se extendía entre nosotros.— Pero estoy bien.
Cogió su libreta y volvió al trabajo mientras yo intentaba dejar el pasado a un lado. Últimamente, me parecía más fácil apartar lo que me había pasado en Nueva York. Nunca abandonaba mis pensamientos, pero ahora parecía doler menos, y enfurecerme más. No había sido fácil para mí traspasar el punto del dolor y la traición. Quizá hubiera sido más fácil llegar a la fase de rabia si no hubiera considerado a Jeff King como un amigo. No es que fuera un amigo íntimo, pero tampoco era un extraño. Hasta ese momento en mi despacho, cuando me di cuenta de que era peligroso, nunca había pensado, ni por un momento, que pudiera hacerme daño.
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Mensaje por uncool. Vie 15 Mar 2013, 10:33 pm

Capitulo Dos
{V PARTE}
Miré a Joseph y lo encontré trabajando atentamente. Había algo especial en él, y era algo más que sus habilidades artísticas. Me sorprendía que pudiera inspirar a un hombre como él. Había viajado por todo el planeta, y era uno de los escultores más solicitados del país. Sus obras embellecían los vestíbulos de incontables edificios de todo el mundo. Hombres y mujeres de todas partes hacían larguísimos viajes para acudir al lugar donde yo estaba tumbada.
Joseph pertenecía a un universo de belleza que yo podía mirar, pero del que nunca sería parte realmente. Mi pasión por el arte, tanto clásico como actual, me había ayudado en los difíciles años con mis padres, y durante la mudanza a Boston. Aun así, nunca había llegado a comprender realmente qué significa ser un artista.
Me moví e hice una mueca cuando el músculo de mi muslo se tensó. Estar sentada, inmóvil, había provocado quise me agarrotara.
—Necesito estirar las piernas.
Joseph se levantó y caminó hasta la plataforma.
—¿La pierna?
—El muslo —Tragué saliva cuando se sentó en la plataforma, y me hizo un gesto para que me tumbara boca arriba.
—Déjame ayudarte.
—De acuerdo —Me tumbé y extendí las piernas. No sirvió de nada.
Joseph recorrió mi músculo con sus fuertes dedos antes de usar ambas manos para elevar mi pierna y moverla. La seda roja descubrió mi sexo, revelando los húmedos rizos que lo cubrían. Lo observé con los ojos entrecerrados mientras suave, pero firmemente, masajeaba mi muslo, y suspiré cuando el músculo comenzó a relajarse bajo su mano.
—Levántalo un poco.
Coloqué mi pie contra la almohada sobre la que estaba tumbada, y lo levanté ligeramente mientras sus manos se deslizaban al subir por mi muslo, casi hasta el hueso de mi cadera, para detenerse y después viajar lentamente de nuevo hacia abajo. Aquel hombre estaba intentando dejarme tonta. Me mordí el labio inferior y tragué saliva para evitar hacer sonidos. Entonces me miró, y sus ojos vagaron hasta mis pechos, y después hasta mi rostro.
—Eres una mujer muy hermosa.
—Gracias.
—¿Mejor?
Asentí, y me aparté de él cuando separó sus manos. Sabía que estaba a punto de abrir las piernas y pedirle que me follara.
—Ya estoy bien.
—De acuerdo.
Después de un par de segundos, asintió y se levantó. Lo miré mientras volvía a su lugar en el suelo, y recogía su cuaderno de dibujo. Esperó hasta que volví a la posición que habíamos acordado y coloqué la seda de nuevo en su lugar, antes de empezar a trabajar de nuevo. Mi excitación hacía que permanecer inmóvil me resultara casi imposible.
De repente, Joseph me habló.
—Háblame.
Fruncí el ceño.
—¿Que te hable?
—Cuéntame qué tal te ha ido el día.
Suspiré.
—Bueno, he tenido una buena mañana, pero la tarde ha sido un infierno.
—Oh, ¿en serio?
—Sí. Un arrogante hombre me manipuló para que posara desnuda en su estudio.
—Debe de ser realmente horrible ser tan hermosa.
{eso mismo te digo yo Joseph}
Lo miré, y vi que una sonrisa se había deslizado en sus labios mientras miraba atentamente el papel frente a él.
—¿Por eso es por lo que estoy aquí?
—La belleza es algo maravilloso y diverso. He conocido a mujeres que quizá no encajan con la definición tradicional de belleza, pero que eran absolutamente hermosas para mí. Y después hay mujeres como tú... un rostro precioso, y esas curvas... Mi abuelo hubiera dicho que eres como diez kilómetros de mala carretera. Llena de curvas, desafiante, y emocionante al explorarla.
—¿Y tú quieres explorarme?
Levantó la mirada.
—De todos los modos posibles.
uncool.
uncool.


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× desnudate para mi {capitulos} Empty Re: × desnudate para mi {capitulos}

Mensaje por uncool. Vie 15 Mar 2013, 10:33 pm

Capitulo Dos
{VI PARTE}
—¿Le dices eso a todas las mujeres que traes a tu estudio?
Se levantó y caminó hacia mí. Se sentó en el borde de la plataforma, y me pasó el dedo por la línea de la mandíbula.
—_______ —El modo cariñoso en el que dijo mi nombre, combinado con el suave roce de sus dedos sobre mi rostro, me hicieron desear abrazarlo. —Cuéntame por qué tienes esa imagen tan pobre de ti misma.
Me sonrojé; necesité hacer un gran esfuerzo para no moverme.
—No sé a qué te refieres. Estoy aquí tumbada, desnuda. ¿Qué más quieres?
Siguió mirándome sin decir nada. Me sentí casi penetrada por su mirada, como si estuviera leyendo mi alma. Sus oscuros ojos lo tomaban todo de mí, y me moví, incapaz de controlarme.
Sus ojos se oscurecieron aún más, permitiéndome ver su respuesta a mi acción. Él me deseaba, a pesar de la imagen fría que estaba representando.
En silencio, Joseph me observó mientras yo jugueteaba con el cojín.
La seda roja se deslizó por mi piel, y sentí que me sonrojaba cuando mis pezones se irguieron más al ser empujados por el material. Posó sus ojos sobre mi pecho. Se pasó la lengua por el labio inferior. Tragué saliva, Casi podía sentir su boca sobre mí. Tenía los pezones tan duros que me dolían. Moví las piernas, y vi cómo su mirada se movía por mi cuerpo hasta ellas. Deseé no llevar la seda puesta. Quería que él viera los húmedos rizos de mi sexo, para que supiera cuánto lo deseaba.
Suspiró, y se levantó.
—No estás tan desnuda como tú piensas.
—He hecho exactamente lo que me has pedido ¿Qué más quieres? —Mi respuesta fue brusca y dura. Me arrepentí de haber perdido el control, pero me había dolido que rechazara mi respuesta sexual.
—Creo que sabes a lo que me refiero. Pero te escondes a ti misma más de lo que escondes al mundo.
Vi cómo se alejaba de la plataforma. Se giró para mirarme mientras la tensión crecía entre nosotros, y entonces bajó los ojos al suelo.
Durante un largo momento no dijo nada, y yo no fui capaz de dejar que el silencio persistiera.
—¿Qué más te da?
Joseph recogió la bata del suelo.
—Hemos terminado.
—No han pasado dos horas —Presioné mis labios brevemente. Había hecho lo que él había querido, y su insatisfacción me ponía furiosa.
—No, pero estás demasiado tensa para continuar.
—Lo siento.
No quería disculparme; por un momento, me permití un poco de auto-desprecio por la disculpa. La situación era ridícula. No importaba cómo intentara justificarme, seguía sin estar cómoda con la idea de posar para él. Decir que no a Joseph Jonas parecía imposible. ¿Quién era él para entrar en mi vida, y empezar a pedir mi tiempo y atención? Pensé en mi vida antes de que él apareciera, y lo odié por recordarme una de las cosas que había perdido.
—Vístete y te acompañaré a la salida.
Me levanté y dejé que la seda cayera. Joseph me tendió una mano para ayudarme a bajar. Dejé que mis dedos se cerraran sobre su palma un momento, antes de soltarlo. En silencio, me ofreció la bata.
La miré brevemente, la descarté, y caminé hasta el biombo. Me vestí rápidamente, aliviada porque la sesión hubiera terminado. Allí, de pie, con mi vestido puesto, aún me sentía desnuda. Mi clítoris vibraba entre mis labios menores, y tenía los pezones increíblemente duros. Cogí mi bolso, dejé el biombo y me enfrenté a la razón por la que mi cuerpo había reaccionado con tanta fuerza.
Joseph estaba junto a las escaleras, con la puerta abierta de nuevo. Levanté la barbilla, y caminé hasta él.
Pasando a su lado, bajé las escaleras. Al final, me detuve y me pregunté si aquel final precipitado significaba que había cambiado de idea respecto a que fuera yo la que posara. Se acercó a mí y me acompañó a la salida.
Mientras sacaba sus llaves para dejarme salir, tomé aire profundamente, y dije:
—Señor Jonas...
—Joe —me corrigió. —Mis amigos me llaman Joe.
No estaba segura de querer ser su amiga.
—¿Quieres que vuelva mañana?
—Sí —Giró la llave en la cerradura, y me abrió la puerta. —Pediremos algo de comida, y pasaremos algo de tiempo juntos antes de intentarlo de nuevo.
Caminé rápidamente hasta mi coche, y lo miré mientras abría la puerta del conductor. Seguía donde yo lo había dejado.
No tenía sentido involucrarme con un hombre, sobre todo ahora que mi carrera iba por buen camino, y debería haberme sentido agradecida por su contención. Pero en lugar de eso, me sentía rechazada y enfadada.
Me coloqué el cinturón de seguridad y encendí el motor. Joseph cerró la puerta mientras encendía luces. El deseo me estaba consumiendo, y saqué el coche del aparcamiento esperando ser capaz de llegar a casa antes de rendirme a la necesidad de masturbarme.
Por fin, inserté la llave en la puerta de mi apartamento, y la abrí. El viaje a casa no había hecho nada más que llevar al límite mi respuesta física a Joe. Tiré las llaves y el bolso a un lado, y cerré la puerta con un suspiro de alivio. Cuatro cerraduras y una cadena después, la tensión comenzó a abandonar mi cuerpo.
Fui a la cocina y saqué una botella de vino. Con una generosa copa de vino en la mano, entré en la sala de estar. Aún podía olerlo; el aroma del almizcle me había seguido a casa. Sumergiéndome en mis pensamientos sobre Joseph Jonas, tomé un generoso sorbo de vino y dejé la copa.
Me saqué el vestido por la cabeza. Mi sujetador sin tirantes y mis braguitas blancas cayeron sobre el vestido. Me quedé con las sandalias un momento, y después me las quité mientras volvía a coger la copa. Humedecí mis pezones con el líquido, y dejé el vaso a un lado mientras mi mano se deslizaba sobre mi cuerpo. Me senté en el sofá. El material, ligeramente rudo, frotó mi piel mientras mi espalda se encontraba con su respaldo. Cubrí mi sexo con una mano, y cerré los ojos.
Al acariciar la caliente carne, un suspiro de alivio escapó de mis labios. Deslicé un dedo entre mis labios menores y rocé mi clítoris cuidadosamente. Mi dedo se movía hacia delante y hacia atrás mientras pensaba en el hombre que me había llevado a aquel estado, sin pretenderlo siquiera. En mi imaginación, veía sus manos moviéndose sobre mis pálidos muslos, la oscuridad de su piel marcada contra la mía. Entonces, su poderoso cuerpo se movería sobre mi mientras su boca dibujaría húmedos senderos por mi pecho, y sus labios buscarían mis pezones. Apreté los dientes cuando el orgasmo me sobrecogió.
Aparté la mano de mi cuerpo. Busqué la copa de vino y vacié el contenido. Esperaba que Joseph Jonas estuviera sufriendo tanto como yo. Sería lo justo. Aquel hombre me había obligado a recurrir a la masturbación dos veces en el mismo día.
uncool.
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